BOLONIA – No es solo una novela para chicos “dedicada a la Nutella”. La fábrica de la Supercrema de Luigi Ballerini (San Paolo) es muchas novelas en una. Una historia de amor entre dos jóvenes, Lino y Teresa. La historia de un país que debe ser reconstruido de arriba a abajo, tras las heridas de la Segunda Guerra Mundial. Y la historia de una familia de empresarios que supieron crear uno de los íconos pop del siglo XX.
“Lo que más me interesaba era mostrarles a los lectores más jóvenes que puede existir un mundo laboral sano, donde se puede tener éxito sin recurrir a la explotación”, dice Luigi Ballerini, quien fue entrevistado por Il Globo en Bolonia, en la Feria Internacional del Libro Infantil (BCBF) que se lleva a cabo del 31 de marzo al 3 de abril.
“Me fascina la figura de Michele Ferrero”, admite Ballerini. Hijo de Pietro, quien con su hermano Giovanni, en 1946, transformó una pequeña pastelería familiar en una fábrica, donde comenzaron a producir la Supercrema, que luego se llamaría Nutella y se haría famosa en todo el mundo.
Para reconstruir la historia, Ballerini revisó los archivos de Ferrero y conversó con ancianos de más de noventa años, los primeros trabajadores de la fábrica.
“Los Ferrero desarrollaban productos para responder a necesidades ya existentes, en lugar de crear nuevas necesidades –cuenta el escritor–. Después de la guerra, el cacao era carísimo, el chocolate era un producto para pocos. Pero los trabajadores debían consumir alimentos energéticos. Así que pensaron en agregar avellanas, de las cuales el Piamonte disponía en abundancia, para reducir el costo sin perder sabor ni sustancia”.
Inicialmente, la Nutella era una especie de bloque que se cortaba en rodajas y se ponía entre dos rebanadas de pan, como si fuera un fiambre, para llevar al trabajo como almuerzo en una caja.
Los Pocket Coffee, bombones rellenos de café, nacen de la observación de una necesidad: poner el café a disposición de los camioneros para que no se quedaran dormidos, en una época en que no existían los establecimientos que vendieran alimentos y bebidas en las autopistas.
“Era una forma de hacer negocios que hoy ya no existe, o casi –continúa Ballerini–. Basada en negociaciones, acuerdos, la construcción de alianzas. Se necesitaba mano de obra, los hombres no eran suficientes. Para convencer a las familias de que dejaran trabajar a las hijas mujeres, Michele se alió con los sacerdotes, que actuaron como garantes de la moralidad del ambiente de Ferrero”. Con todo lo que eso significaba para las mujeres, tener un salario propio y una independencia económica.
Ferrero, junto con otros empresarios visionarios como Adriano Olivetti, crearon el bienestar corporativo, antes de que lo hiciera el Estado. “Todavía hoy, la empresa asegura que, en caso de fallecimiento de un empleado, financiará los estudios de los hijos hasta los 26 años”, cuenta el escritor.
El relato continúa con otros recuerdos testimoniales. “En la fábrica preparaban chocolate caliente para los trabajadores del turno nocturno –agrega–. Concedían permisos a los empleados durante la temporada de recolección de avellanas y uvas”. Para no desarraigar a las personas de su historia, permitirles mantener una actividad familiar que ofreciera un ingreso extra y, al mismo tiempo, proteger el territorio y sus producciones típicas.
Michele también tenía una profunda fe católica, de la cual no se avergonzaba. De hecho, el Ferrero Rocher nace de su devoción a la Virgen: el envoltorio dorado es el manto de la Virgen, y las avellanas que sobresalen son las piedras de la gruta de Lourdes.
Hoy en día, Ferrero tiene sedes en otros países del mundo, comenzando por Argentina, donde el grupo llegó en 1993, distribuyendo –además de la Nutella– Ferrero Rocher, Kinder y Tic Tac. La planta de Ferrero en Argentina está ubicada en Los Cardales, en una zona industrial (con una fuerte presencia de empresas italianas) de la provincia de Buenos Aires. Es una de las tantas grandes empresas italianas (como Pirelli y Techint) con sede “al otro lado del charco” (como los migrantes llamaban de manera jocosa al océano Atlántico).
Sin embargo, la crema se produce en la fábrica de Brasil, en el estado de Minas Gerais, y desde la planta argentina salen los Rocher. En América Latina, el grupo también está presente en Chile, México, Ecuador y Colombia.
Pero el proceso de internacionalización ya había comenzado en 1956, con la apertura de una planta en Alemania. “Internacionalización –subraya el escritor–. No deslocalización, que es un modo de producir en el exterior con menores costos”. Y de dejar en la miseria a las familias italianas.