BUENOS AIRES – “Estoy despierto desde las cuatro de la mañana. Desde que se supo la noticia, no paro de contestar una cantidad interminable de mensajes entre Italia y Argentina”, cuenta con emoción Fabio Borroni, vocero de los cristezzanti de Buenos Aires.

Se trata de una cofradía laica nacida en Liguria (especialmente en la zona entre Génova y Savona), expresión de la religiosidad popular, cuyos orígenes se remontan al siglo XII. Son los “portadores de crucifijos”, los que se encargan de llevar las imágenes sagradas en las procesiones, pasándoselas de mano en mano.

“Justo para hoy, casualmente, teníamos acordado llevar nuestra imagen a una escuela en José C. Paz, en el conurbano –cuenta–. Es el instituto Chiara Lubich, fundado por algunos de sus discípulos, miembros del Movimiento de los Focolares, una corriente de renovación dentro de la Iglesia”. Hoy la escuela depende de la diócesis de San Justo.

“Es una zona muy vulnerable, pobre, con muchos problemas de violencia familiar y consumo de drogas –explica Fabio–. La idea era llevar un mensaje de esperanza, representado por nuestro Crucifijo”.

La imagen está en la parroquia del Tránsito de la Santísima Virgen en su imagen de Montallegro (este último, uno de los principales santuarios marianos de Liguria), que también es la sede de la cofradía.

“Y pensar que teníamos fecha para una audiencia en Roma con Francisco, el 17 de mayo –cuenta Borroni con algo de nostalgia–. Pero el Papa estaba realmente cansado y enfermo. Verlo el domingo por televisión tuvo sabor a despedida. Ni siquiera podía levantar el brazo para dar la bendición… Me recordó a Juan Pablo II cuando, desde la clínica Gemelli, les dijo ‘Déjenme ir’ a los fieles que se encontraban reunidos bajo su ventana”.

Bergoglio conocía bien a la cofradía de los cristezzanti. “Tenía una abuela genovesa, que cuando era chico lo llevaba de la mano en peregrinación al santuario de Nuestra Señora de la Guardia, en Bernal, ciudad de la provincia de Buenos Aires”, cuenta Fabio.

Y comparte un recuerdo con Il Globo. Es de la Pascua de 2012, la última de Bergoglio como arzobispo de Buenos Aires.

“Faltaba poco para que empezara el Vía Crucis del viernes, y llovía a cántaros –recuerda–. El padre Jorge tenía un paraguas plegable, de esos que se compran en un bazar chino. Yo le dije que iba a parar de llover, porque Dios no permite que los cristezzanti tengan que llevar las imágenes bajo la lluvia. Él me respondió riéndose que estaba bien ser optimistas, pero que estábamos exagerando. Y, sin embargo, a los pocos minutos dejó de llover. Bergoglio siempre decía que el milagro lo habíamos hecho nosotros”.