BUENOS AIRES – Se proyecta una cosecha particularmente abundante, con chances de batir los récords argentinos de producción.
El tema se abordó en un encuentro titulado Campaña gruesa 25-26, en la Bolsa de Cereales porteña. El término se refiere al maíz, el girasol y la soja, cuya cosecha ocurre entre marzo y mayo, a diferencia de la campaña fina (trigo y cebada), que se cosecha entre noviembre y diciembre, en la primavera austral.
“La abundancia de lluvias empuja al maíz hacia un récord mundial, con una estimación de 1230 millones de toneladas en Argentina –dijo Ramiro Costa, de la Bolsa de Cereales–. Lo mismo vale para el girasol”.
En el caso de la soja, probablemente sea Brasil quien rompa la marca. “Pero la Argentina, con 426 millones de toneladas previstas, tendrá igualmente una cosecha sumamente abundante”, agregó.
¿Hay motivos para el optimismo? Sí, pero con cautela. El escenario global –desde la política internacional hasta el clima– es extremadamente complejo. Una mínima variación en cualquiera de los factores de la coyuntura puede modificar de lleno la estructura de costos. Y más aún con los precios internacionales deprimidos: salvo la soja (que subió un 4%), el resto de los productos vienen en baja.
El clima también juega en dos direcciones. Por un lado, la humedad de los suelos favorece la cosecha. “Pero las inundaciones de los últimos meses afectaron 4,3 millones de hectáreas en la provincia de Buenos Aires –continuó Costa–. Eso obligó a los productores a reconvertir cultivos, mientras que regiones naturalmente más secas como Córdoba se beneficiaron con el exceso de agua”.
A los precios bajos se suman mayores costos en tecnología, fertilizantes y herbicidas, ligados al dólar. Según Costa, siguen sin resolverse la presión impositiva, la renovación del parque de maquinaria agrícola, el acceso al crédito y la falta de infraestructura.
La mirada tampoco puede limitarse solo a la Argentina, sino que debe abarcar a todo el Mercosur: Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay.
En ese marco, resulta particularmente interesante la experiencia brasileña del Camino Verde: un plan para reconvertir áreas degradadas en pasturas o bosques gestionados (40 millones de hectáreas), evitando nuevas deforestaciones de selva primaria amazónica. A quienes restauran esas tierras con prácticas regenerativas y sostenibles se les ofrecen créditos blandos y otros beneficios.
En Uruguay, en tanto, desde los años ’70 rigen políticas de racionalización del riego.
¿Y el rol del Estado? No duda Sergio Iraeta, secretario argentino de Agricultura, Ganadería y Pesca: “Tenemos que volver a ser un país normal –dijo–. Nuestra política no se basa en subsidios ni en incentivos, sino en la simplificación y la desregulación, para ofrecer un marco de estabilidad”.
Ricardo Marra, presidente de la Bolsa de Cereales, reiteró el histórico reclamo de la entidad: eliminar los impuestos distorsivos a la producción. Reconoció la difícil coyuntura macroeconómica y apoyó las reducciones temporales de retenciones, pero pidió políticas estables y de largo plazo que den previsibilidad al sector y apunten al desarrollo del país.
También valoró varias medidas del Gobierno, como la eliminación de la multiplicidad de tipos de cambio, el fin de las restricciones a las exportaciones, la desburocratización del comercio, la apertura de mercados internacionales y la lucha contra la inflación.
Según Cleber Soares, viceministro de Agricultura y Ganadería de Brasil, hacen falta políticas de Estado coherentes: “Después, todo lo demás se acomoda”. Además, destacó el papel de la sostenibilidad y las metas que Brasil se fijó para 2030, entre ellas reducir en mil millones de toneladas las emisiones equivalentes de carbono.
María Ignacia Fernández, ministra de Agricultura de Chile, remarcó la importancia de diversificar mercados frente a los riesgos de depender de pocos socios comerciales.
Por su parte, Luis Alfredo Fratti, ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca de Uruguay, llevó la voz de un país pequeño: “En Uruguay los cambios de gobierno no afectan la continuidad jurídica, y a eso se suma la neutralidad en los grandes temas internacionales”. Dos factores que, dijo, favorecen la inserción del país en los mercados globales.

De izquierda a derecha, M. Ignacia Fernández, Luis Alfredo Fratti, Cleber Soares y Sergio Iraeta. (foto: F. Capelli).
Queda la incógnita de qué pasará si se firma el acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, en particular respecto del uso de fitosanitarios, ya que la legislación europea es mucho más estricta. Los agricultores del Viejo Continente ya adelantaron que no permitirán que países que usan glifosato de manera indiscriminada compitan deslealmente con sus productos, a menor precio, en el mercado europeo.
Nicolás Jorge, de la Bolsa de Cereales, prefirió esperar: “Será más fácil tomar decisiones con un acuerdo firmado y un marco jurídico claro –dijo a Il Globo–. Los productores son gente práctica. Si el glifosato deja de poder usarse, se pasará a otra sustancia permitida por las normas de ambos bloques”.