AZUL (BUENOS AIRES) – En el revuelo mediático y político levantado por las nuevas reglas para la reconstrucción de la ciudadanía por descendencia, Marcela Cabral Mirabella ha entrado con cautela.

Nos escribió para contarnos sobre su vínculo con Italia, con la cultura de sus bisabuelos, a quienes no conoció pero de los cuales sabe todo. Para demostrarnos que ejerce, sin que se le reconozca, esa “ciudadanía activa” de la que habla el ministro Antonio Tajani: forma parte del activísimo Circolo Italiano de su ciudad (Azul), está informada sobre la actualidad italiana. Y habla el idioma, como demuestra el hecho de que nos envió su carta en los dos idiomas. Su voz transmite una pasión que es importante escuchar y de la cual, quizás, Italia misma necesitaría.

“Me llamo Marcela y no tengo la ciudadanía italiana, pero siento que la italianidad vive en mí desde siempre. No, no me la dio un documento. Me la dio la sangre, la memoria, las historias que no escuché de boca directa, pero que descubrí con el alma.

Mis bisabuelos llegaron desde Italia hace más de un siglo. No los conocí. Murieron jóvenes. Mi abuelo, su hijo, también murió joven. Se fue cuando mi mamá era apenas una niña. Crecí con un silencio familiar, con huecos en el árbol genealógico. Pero un día, sin saber muy bien por qué, decidí buscarlos. Empecé a investigar, a escarbar en el pasado, como quien busca un tesoro. Y lo encontré.

Encontré nombres, profesiones, puertos, fechas, firmas antiguas. Pero sobre todo encontré emociones. Lloré al ver sus rostros por primera vez en una vieja foto. Me emocioné al leer que si sabían escribir o no, que habían sido constructores, campesinos, valientes. Y me imaginé su dolor al dejar su tierra, su lengua, su gente. Me pregunté si sabían que algún día, una bisnieta los iba a buscar con tanto amor.

Cada documento que encontré no fue un papel. Fue un abrazo. Cada acta, una caricia del pasado.

Cada dato, una chispa de ese fuego que hoy me arde por dentro.

Ese fuego no se quedó quieto. Me llevó a querer hacer más. A estudiar el idioma italiano con dedicación, como quien quiere escuchar la voz de sus ancestros sin traducciones. A poner el cuerpo y el alma en difundir la cultura italiana aquí donde vivo. A crear puentes, espacios, encuentros donde esa raíz italiana vuelva a florecer.

Hoy formo parte del Circolo Italiano de mi ciudad, Azul, y trabajo junto a un hermoso grupo de personas para que la cultura italiana no sea sólo una herencia del pasado, sino una presencia viva, presente, que se comparte con otros. Con cada proyecto, con cada evento, con cada gesto de comunidad, intento que esa Italia que vive en mí también pueda vivir en otros.

Y, por supuesto, no estoy sola. Somos miles los que llevamos este fuego encendido. Lo heredamos de los millones de italianos que emigraron en busca de un futuro mejor. De aquellos que cruzaron océanos con una valija pequeña y un corazón enorme. Que se arremangaron para trabajar la tierra, levantar casas, construir caminos. Que fundaron barrios, levantaron templos, enseñaron oficios y cocinaron el pan con las recetas de la nonna.

Italia no les dio la espalda entonces. Porque ellos seguían siendo italianos, aunque estuvieran lejos. Y nosotros, sus descendientes, aún hoy, llevamos esa identidad como una herencia sagrada.

Por eso, me duele que la Ley Tajani cierre las puertas a los bisnietos. Que diga que el vínculo ya no alcanza. Pero yo me pregunto: ¿cómo se mide el vínculo? ¿Por un papel, o por el amor que lo sostiene?

Tengo una carpeta llena de actas y documentos. Pero más que eso, tengo una historia tejida con lágrimas, orgullo y deseo de pertenecer. No pido un favor. Pido que no se me niegue lo que soy.

Quisiera que esta carta sea la voz de todos los que como yo sienten a Italia no como un lugar lejano, sino como una raíz profunda que nunca dejó de crecer. Los que heredamos no sólo apellidos, sino sueños, duelos, risas y resiliencia.

A quienes deciden, les pido que nos escuchen. Que nos vean. Que entiendan que la italianidad no tiene fecha de vencimiento.

Porque nuestras raíces no están muertas. Están más vivas que nunca”.

Marcela Cabral Mirabella