BUENOS AIRES – Con casi veinte metros de largo, tendida sobre la terraza del Centro Cultural Recoleta y construida con veinte mil paquetes de fideos, la Torre de Pisa de Marta Minujín se convirtió en el ícono más fotografiado y comentado de la nueva edición de La Noche de los Museos de Buenos Aires.

Para el festival, que este año celebra su 21º aniversario con una participación récord de instituciones y visitantes, la célebre artista pop argentina presentó una obra tan imponente como irónica: una Torre de Pisa “horizontal”, hecha enteramente de pasta, que invita al público a interactuar a través de sonidos y un video animado que narra el viaje simbólico de la torre desde Pisa hasta Buenos Aires.

Eran 20.000 los paquetes de fideos de la marca Matarazzo —un clásico popular de las mesas argentinas, fundada por el italiano Costábile Matarazzo— que recubrían la imponente estructura de hierro que replica, a escala reducida, el célebre monumento toscano. A medida que la gente atravesaba la instalación, se desarmaban los paquetes y se entregaban a los visitantes.

“Es un homenaje a los italianos que viven en la Argentina —explicó Minujín durante la presentación—. Muchas de mis obras se basan en mitos populares que cambian de significado. En este caso, quise acostar la torre y hacer que la gente se la ‘coma’, con la pasta que los italianos inventaron. Yo también trabajo con los platos típicos de cada país”.

A sus ochenta años, Marta Minujín sigue desafiando los límites del arte contemporáneo con la misma energía e irreverencia de sus comienzos. Pionera del arte pop, el happening y el videoarte, es conocida por sus obras monumentales, interactivas y efímeras, a menudo destinadas a desaparecer. Pero a permanecer en la memoria colectiva.

Minujín es autora de algunos de los proyectos más emblemáticos del arte argentino e internacional. Su “Partenón de libros prohibidos”, una réplica a escala real del monumento griego construida con volúmenes censurados durante la dictadura militar argentina, fue exhibido en Kassel, Alemania. Otras de sus creaciones fueron expuestas en las principales capitales del mundo y forman parte de las colecciones de museos como el MoMA, el Whitney Museum, el Metropolitan Museum (Nueva York), el Centro Pompidou de París y el Reina Sofía de Madrid.

Para Minujín, cada obra es una invitación a participar, a sentirse parte de un rito colectivo. “Todo se desvanece, pero la memoria no. Estas obras viven en ese espacio mental y compartido donde reina el arte y donde todos participan”, explica.

“Mi arte es efímero, pero sobrevive de otro modo —afirma—. Mis obras viven en la memoria: es lo que queda cuando todo lo demás desaparece. Las guerras y la vida contemporánea destruyen, pero la memoria no: es la forma más duradera de realidad”.

Su lenguaje, hecho de ironía, color y provocación, transforma el espacio urbano en un gran teatro compartido. “El humor es esencial, como el arte: son dos estrategias para sobrevivir. Si podés reírte, la realidad cambia de perspectiva”.

“La torre se inclina, pero no cae, porque vivimos en un mundo multidireccional, no unidireccional —afirma Minujín—. En el tercer milenio todos experimentamos una forma de vértigo, y esta obra también representa eso”.

Con su tono característico, agrega: “También quería hacer una Estatua de la Libertad cubierta con miles de hamburguesas, pero en Venecia me rechazaron el proyecto”, bromea, confirmando que el juego y el humor siguen siendo sus armas creativas más poderosas.