De padre nacido en Carrara, a la sombra del mármol de los Alpes Apuanos que utilizaba Miguel Ángel, Luciano Garbati no podía hacer otra cosa que convertirse en escultor.
En realidad, a pesar de haber cultivado su vocación artística desde pequeño, el descubrimiento de la escultura llegó para él relativamente tarde.
Padre toscano, madre hija de umbros de Bevagna (Perugia, en la lista de los pueblos más bellos de Italia), Luciano asistió a la escuela italiana Cristoforo Colombo en Buenos Aires.
“Una experiencia maravillosa, de la que guardo excelentes recuerdos –afirma–. Todavía frecuento a mis amigos de esa época. E incluso con algunos profesores, después de terminar la secundaria, nos hicimos amigos y mantuvimos el contacto".
Luciano pasó su infancia y adolescencia dibujando en cada momento libre y, luego de terminar la secundaria, se inscribió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, hoy incorporada a la Universidad Nacional de las Artes.
Una institución que tuvo su origen en 1878: en su momento era una academia que organizaba talleres de dibujo, pintura y escultura y además proporcionaba la base de la enseñanza a quienes serían no sólo artistas sino también profesores.
Entre los profesores y directores que transitaron el lugar se encuentran personalidades del calibre de Ernesto De la Cárcova, Eduardo Sívori, Eduardo Schiaffino.
En el tercer año de la academia, Luciano comenzó a estudiar escultura.

Luciano Garbati prefiere la escultura por su relación con los materiales.
“Me sedujo y no me soltó más –dice–. Me gusta la relación intensa con el material, que resiste la acción del artista, es muy coreográfico, sensual. Se establece una especie de danza con el material y es necesario entenderlo para poder trabajar con él."
La fama internacional llegó para Garbati en 2018, con la ópera Medusa con la testa di Perseo (Medusa con la cabeza de Perseo).

Medusa vista de frente. Tiene 2,20 metros de altura.
En realidad la escultura data de 2008. “Es de resina de poliéster, sobre un modelo de arcilla –dice Garbati–. Junto a la base mide 2 metros y 20 centímetros de alto.
En 2018, a raíz del Me Too (la campaña contra el acoso sexual en la industria del entretenimiento), la foto de la estatua, de la página de Facebook de Luciano, comenzó a difundirse en las redes sociales y, rebote tras rebote, el autor fue invitado a exponerla en el Colect Pond Park en Manhattan, donde permaneció desde octubre de 2020 hasta agosto de 2021.
“Cuando creé la obra, no pensaba específicamente en el feminismo y la violencia de género –admite Luciano–. Pero está perfectamente bien que alguien haya visto este tema. El artista no tiene el poder -ni siquiera el derecho- de imponer una interpretación de su obra".
Garbati, de hecho, estaba interesado sobre todo en el mito de Medusa, transformada en monstruo por Atenea como castigo por haberse dejado seducir (o violar) por Poseidón, dios del mar. Según otras versiones, Medusa se atrevió a competir en belleza con la diosa Atenea.

La atención a la mirada es una característica de la obra de Garbati.
“Muchos artistas representaron este mito –explica Luciano–. Caravaggio, Cellini, Laurent Marqueste, Canova… Me preguntaba sobre la posibilidad de que la historia terminara de otra manera. Y como Medusa petrificaba con su mirada, como escultor me sentí interpelado. Además, la mirada es una de las cosas más difíciles de representar en la escultura".
Gracias al éxito de su Medusa, Luciano pudo crear una copia en bronce fundido.

Luciano Garbati junto a otra de sus grandes obras.
“Me encantan las grandes esculturas, pero hay que lidiar con el mercado –admite–. Es difícil vender obras grandes, especialmente en Argentina. Así que negocio conmigo mismo y también hago estatuas más pequeñas, que considero bocetos. Cuento con poder volver a hacerlo algún día, con las medidas que tenía en mente al principio".
Sin embargo, este no es el único problema que ve en el mercado del arte actual. “No hay espacio para propuestas realmente perturbantes –afirma–. Hace poco trabajé en la edición de Miami de Art Basel y todo iba en esa dirección”. Complacencia hacia el pensamiento dominante. Es decir, el fin del papel crítico del arte.