BUENOS AIRES – Hasta hace algún tiempo se la conocía como “melancolía del migrante”. Ese sentimiento de nostalgia por que quedó atrás, que no se compensa del todo con lo que ofrece la nueva vida.
Luego, sociólogos y psicólogos comenzaron a estudiar el fenómeno, y comenzaron a hablar de un "estrés migratorio", vinculado a las grandes oleadas de Europa hacia América y, en la actualidad, de África o a lo largo de la ruta de los Balcanes hacia Europa.
Se debe a los peligros de viajar, a la dificultad de integrarse en una cultura totalmente diferente, a las preocupaciones por renovar los documentos de los que depende la permanencia en el nuevo país.
Sin embargo, también existe un fenómeno más sutil llamado expat funk. No es depresión, sino de un estado de ánimo alterado debido a la expatriación.
“Hablamos de eso de manera tímida, casi con culpa –afirma Anna Lanzani, experta en marketing, profesora de la Universidad de Bologna en Buenos Aires y propietaria de una empresa de consultoría–. Vivo en el extranjero desde los 21 años, estuve casi en todos los continentes y estas emociones siempre las he comentado en voz baja, delante de un café, intercambiando consejos de supervivencia".
Nos da vergüenza admitirlo. Se teme ser juzgado por los que se quedaron en Italia: “Pero, ¿cómo? ¿Tenés una buena vida, conseguiste lo que querías y ahora encima te quejas?”
Anna se propuso crear conciencia sobre estos temas, como parte del proyecto final de un curso de coaching avanzado que está completando.
Por este motivo, puso en marcha un cuestionario, para ser completado de manera anónima, para permitir recoger datos significativos sobre los que trabajar.
Está disponible en este enlace .
“A veces el funk de los expatriados degenera en depresión y requiere ayuda médica –afirma– pero en la mayoría de los casos se puede resolver con un poco de información”. Porque reconocer las emociones y darles validez es el primer paso para gestionarlas mejor.
“No quiero caer en el 'recetario'. Cada persona es un caso diferente –afirma Anna–. Pero hay algunos rasgos comunes entre quienes sufren el funk de los expatriados”.
Uno de ellos es el cansancio. “En parte debido a la mudanza y a la búsqueda de nuevas rutinas –explica Lanzani– pero también hay un cansancio emocional, debido a factores a menudo banales, como la búsqueda de productos en el supermercado”.
Se produce entonces una especie de desorientación social, consecuencia de un cambio en los grupos de referencia. “Pero también el “duelo” por los amigos perdidos, que nos impide disfrutar de la alegría de encontrar otros nuevos –observa Lanzani–. De ahí una tendencia al aislamiento que no aporta nada bueno”.
Los sentimientos de culpa están más bien vinculados a las expectativas proyectadas sobre la "nueva aventura". Una vez que la persona llega a destino, te das cuenta de que las cosas no siempre salen exactamente como habías imaginado. Pero nada de esto se desprende de las historias de Instagram, donde todo es maravilloso, el trabajo está en auge y los nuevos amigos son fantásticos.
Por último, no hay que subestimar las dificultades de adaptación al clima (pensemos en quienes se trasladan a Dubái o Canadá, o incluso simplemente a Bélgica). El exceso de frío o calor puede empujar a las personas a a recluirse en casa y limitarse solo a salir para ir al trabajo.
“Una vez que se toma contacto con el estado emocional –añade Anna– hay que investigar las emociones que subyacen a la elección de mudarte al extranjero”.
“Nuestros antepasados emigraron porque no tenían otra opción, por lo que estaban motivados por los llamados push factor, ligados a la necesidad de alejarse –afirma Anna–. La mayoría de nosotros, sin embargo, nos mudamos al extranjero por amor, una oportunidad laboral, una pasión. Pero después de un período inicial de gran entusiasmo, existe el riesgo de que estas motivaciones alegres se debiliten un poco, dejándonos sin energía”.
Anna no tiene dudas acerca de la solución. “Para la mayoría de nosotros, bastaría con hablar más del tema –concluye–. No nos asustaríamos por un cambio de humor y viviríamos la aventura en el extranjero que queríamos con todas nuestras fuerzas con menos culpa y con una alegría bien merecida”.