BUENOS AIRES — Hay un lugar, en Buenos Aires, donde Italia y Argentina pueden decirse reunidas “bajo un mismo cielo”. Es el Planetario de Buenos Aires, que lleva el nombre de Galileo Galilei, figura clave de la ciencia moderna y referencia ideal para cualquier evento que busque unir investigación, tecnología e imaginario astronómico.
Y fue ahí donde este martes 9 de diciembre se realizó la V Jornada Italiana del Espacio, titulada “Descubriendo el cielo de Roma”: una cita promovida en el marco de las actividades de la Embajada de Italia en Buenos Aires y dedicada a poner en valor la colaboración científica y cultural entre Italia y Argentina en el sector espacial, en la divulgación astronómica y en el diálogo entre patrimonio artístico y observación del cielo.
No por casualidad, la revista institucional del Planetario —que llega a su trigésima edición— lleva un nombre que remite a la tradición científica italiana: “Si muove”, en italiano, un homenaje evidente al pensamiento galileano y a la investigación científica como motor del desarrollo de las sociedades. “Si muove” es, según la tradición, la frase que Galileo murmuró —refiriéndose a la Tierra— después de su abiura, cuando fue obligado a renegar de sus descubrimientos y del modelo heliocéntrico, en favor del modelo ptolemaico, geocéntrico, el único aceptado por la Iglesia.
El evento, con entrada gratuita, giró en torno al intercambio entre Italia y Argentina sobre la exploración espacial, la circulación del conocimiento y la lectura del cielo, incluso a través de la arquitectura.
La noche bajo la cúpula del Planetario —donde se recibieron a unas 150 personas— comenzó con la intervención de autoridades ministeriales y del Embajador de Italia en Argentina, Fabrizio Nicoletti, seguida por los saludos de Estefanía Coluccio Leskow, quien además fue la responsable del evento. De origen italiano, calabrés, Estefanía Coluccio trae consigo una historia de conexiones internacionales que la vincula de un modo especial con Italia).
Bajo el signo de Galileo —y de un Planetario que, también a través de “Si muove”, reivindica su vocación divulgadora— la V Jornada Italiana del Espacio mostró cómo la diplomacia cultural y científica puede traducirse en encuentros concretos, capaces de acercar comunidades, instituciones y público.
Las intervenciones construyeron un recorrido que, desde el “aquí” de la Tierra, llegó hasta las profundidades del Universo, siempre con la misma idea de fondo: el cielo como clave para leer también quiénes somos y dónde vivimos.
Danilo Dadamia, de la Conae (la comisión argentina para las actividades aeroespaciales), contó el trabajo detrás de la observación de la Tierra mediante satélites, citando también la experiencia de la misión Saocom (observación de la Tierra a través de dos satélites) y la importancia de hacer que los datos sean cada vez más accesibles. Después, Federico Sánchez, investigador del Conicet, llevó la mirada muchísimo más lejos, hablando de los rayos cósmicos de energía extrema y del aporte de grandes proyectos de investigación como el Observatorio de Rayos Cósmicos “Pierre Auger”, en Malargüe (Mendoza).
Para cerrar el círculo entre ciencia y cultura, el enfoque se volvió más “urbano”: el arquitecto y docente Héctor Floriani mostró cómo el cielo de Roma dejó huellas profundas en su patrimonio monumental y en la organización urbanística de la ciudad, mientras que su colega Carlos Campos amplió el tema, reflexionando sobre cómo la arquitectura, en general, interpreta y pone en escena la relación con el cielo a través de las formas y los espacios.
Además de las conferencias, la noche incluyó la presentación del libro Roma. Segunda estrella a la derecha (título que cita L’isola che non c’è, una canción de Edoardo Bennato, a su vez inspirada en Peter Pan). A los participantes se les entregaron en exclusiva 150 ejemplares al ingresar a la sala, acompañados por la performance de un cuarteto de vientos.
Interludios musicales acompañaron diferentes momentos del programa, hasta llegar a un pasaje particularmente evocador: un momento musical dedicado al “cielo de Roma” de la noche del 16 de diciembre de 1964 (fecha en que Italia puso en órbita su primer satélite, el San Marco 1), reconstruido en la bóveda del Planetario.