LA PAZ – Quien haya visto el Salar de Uyuni en Bolivia sabe que es un espectáculo único. Una inmensa extensión de agua salada de unos 10 mil km², a 3600 metros de altitud, cuya superficie refleja fielmente todo lo que se encuentra sobre ella. Pero ¿cuál es el secreto de esta propiedad física aparentemente inexplicable?
La respuesta llegó gracias a una investigación internacional en la que participó, por Italia, el Consejo Nacional de Investigaciones (CNR) a través del Instituto de Biofísica (CNR-IBF) y el Instituto de Ciencias Polares (CNR-ISP).
El estudio, publicado en la revista Communication Earth & Environment del grupo Nature, combinó datos del programa europeo de observación de la Tierra “Copernicus” con información obtenida durante una expedición de campo —la primera de su tipo— que midió el movimiento horizontal y vertical de la superficie del agua que cubre el salar, gracias a técnicas fotogramétricas y al uso de drones, cámaras y pequeñas pelotitas de colores.
“Durante la temporada de lluvias, una delgada capa de agua de pocos centímetros cubre el desierto y lo transforma en un espejo inmenso, tan perfecto que parece irreal y le ha valido el título de octava maravilla natural del mundo”, explica Francesco De Biasio (CNR-ISP), uno de los dos investigadores italianos que contribuyeron al estudio.
La suavidad de la superficie del agua es un verdadero rompecabezas científico.
“El radar altímetro de los satélites Sentinel-3 del programa Copernicus observa la superficie del Salar de Uyuni desde 2016 –continúa el científico–. Para los radares altimétricos satelitales esa superficie parece lisa como un océano inmóvil, y sin embargo, los vientos que soplan libremente en el altiplano deberían provocar ondulaciones e impedir la reflexión especular. Este fue uno de los interrogantes que nos intrigó: ¿cómo es posible que en una superficie tan vasta casi no se formen ondas?”.
El interés de los investigadores también se centró en otros aspectos, como la variación del grado de especularidad a lo largo del año, sus posibles diferencias espaciales y los factores responsables de esas variaciones.
Las observaciones satelitales indican que la superficie del agua sí presenta ondas, pero de no más de medio milímetro de altura, por lo que no son detectables por los radares.
Para verificar esas observaciones, se organizó una expedición al corazón del salar, sincronizada con el paso del satélite en un horario y coordenadas precisas.
La expedición requirió preparativos complejos, entre ellos el uso de un vehículo capaz de desplazarse con seguridad por el desierto cubierto de agua, lejos de los caminos transitados, y la colaboración de un equipo local de científicos.
“Nadie había hecho mediciones directas en el centro del desierto durante la temporada de lluvias, y la altísima salinidad del agua representaba un riesgo tanto para el vehículo como para los instrumentos”, relata De Biasio.
Se realizaron mediciones de temperatura, viento y óptica geométrica, mientras otros instrumentos y un dron registraban la profundidad, salinidad y movimiento del agua. Aunque la profundidad del agua superficial se estimaba en unos 30 cm, en el punto de medición se comprobó que era de apenas 1,8 centímetros, tan delgada que casi imposibilita la formación de ondas capaces de dispersar la luz natural, y mucho menos los impulsos de los radares satelitales.
Aun así, el experimento detectó una ligera corriente, variable en el tiempo y probablemente ligada a los cambios en la dirección del viento, además de la presencia de pequeños copos de sal flotantes en la superficie.
“Precisamente esos diminutos cristales podrían actuar como tensioactivos naturales, capaces de amortiguar las ondas y mantener la superficie excepcionalmente lisa”, añade el investigador.
Las imágenes captadas por los drones mostraron el reflejo del sol como una mancha luminosa perfectamente circular, signo de una reflexión especular casi ideal. Observaciones cruzadas entre drones e instrumentos fijos permitieron trazar un modelo tridimensional extremadamente detallado, que siguió con precisión las variaciones de la superficie líquida.

El sol reflejado como una mancha luminosa perfectamente circular. (foto: S. Vignudelli)
“Los datos recolectados por los satélites –declara Stefano Vignudelli del CNR-IBF– muestran que, a lo largo del año, la intensidad de las señales de radar reflejadas por la superficie varía enormemente, lo que indica que también cambian las condiciones del desierto salado. La planicie comienza a volverse lisa para el radar en diciembre, con el inicio de la temporada de lluvias, y alcanza su punto máximo entre fines de enero y comienzos de marzo”.
No es casual que justamente en ese período visitantes y turistas tengan más probabilidades de presenciar el fenómeno de la perfecta especularidad.
“En esos meses, cerca de la mitad de los ecos de radar indican una superficie perfectamente lisa –agrega Vignudelli–. De abril a noviembre el efecto se reduce casi por completo, salvo breves periodos de intensas precipitaciones. Todo parece indicar que el fenómeno está ligado al régimen de lluvias y a las oscilaciones climáticas del altiplano boliviano”.
Así, cuando se producen fuertes lluvias sobre el salar y su superficie queda cubierta por una delgada capa de agua salada, el cielo se refleja con una precisión que desafía la percepción.
“Además de ser un espectáculo para turistas y curiosos –concluye el investigador–, este fenómeno es de gran interés científico y puede ayudar a comprender mejor las interacciones entre clima, agua y superficie terrestre. Saber cuándo y dónde se manifestará el efecto espejo podría servir algún día no solo a la investigación, sino también para orientar políticas de desarrollo turístico, económico y social”.
El Salar de Uyuni también está en el centro de controversias ambientales, ya que alberga lo que se considera el yacimiento de litio más grande del mundo, cuya extracción, sin embargo, se ve dificultada por la presencia de distintos minerales.