BUENOS AIRES – Algunos lo califican como una jugada financiera brillante. Otros, como una operación de geopolítica económica. Pero sea cual sea la lectura, el resultado es el mismo: el Tesoro de los Estados Unidos, dirigido por Scott Bessent, ganó alrededor de 200 millones de dólares gracias a las operaciones con el peso argentino.

Según el balance publicado ayer por el Banco Central argentino, se habría cerrado la operación y el Tesoro estadounidense habría activado el swap firmado en octubre pasado, antes de las elecciones legislativas.

Durante las semanas previas a los comicios, el Tesoro de EE.UU. vendió dólares y compró pesos, contribuyendo a estabilizar el tipo de cambio. Luego, una vez pasado el proceso electoral, desarmó sus posiciones en pesos. El balance del Banco Central de la República Argentina (BCRA) refleja la maniobra: entre el 23 y el 31 de octubre, el stock de letras en pesos cayó de unos 3 billones a 273 mil millones, mientras que la partida “Otros Pasivos” creció en casi la misma proporción.

Es la señal contable de que la posición en pesos del Tesoro norteamericano fue convertida en una obligación en dólares del BCRA. No figura una baja equivalente de las reservas del Banco Central, sino un aumento de los pasivos en moneda extranjera a través de la activación del swap bilateral.

Ahí está el punto clave: la ganancia de Bessent no se pagó con una salida inmediata de reservas, sino que quedó registrada como una deuda en dólares del BCRA con los Estados Unidos.

En la práctica, la Argentina logró una estabilidad de corto plazo sin “perforar” las reservas, pero al costo de un mayor endeudamiento externo. Es una forma de regulación “fuera de mercado”: sin shocks cambiarios, sin venta directa de dólares al contado, pero con más pasivos en moneda extranjera dentro del balance del Banco Central.

Desde el punto de vista político, la operación es elocuente. La intervención del Tesoro estadounidense garantizó una estabilidad crucial en la antesala de las elecciones; pero, a posteriori, la ganancia obtenida por Estados Unidos puede interpretarse como un dividendo implícito por ese apoyo.

Para la Argentina, el costo es menos visible, pero no por eso menor. Las reservas no caen de inmediato, pero el compromiso en dólares crece: la operación traslada el peso del gasto desde la caja hacia el pasivo, postergando en el tiempo el pago efectivo.

La estabilidad conseguida es real, pero condicionada: cada punto de rentabilidad que gana Washington implica mayores compromisos para Buenos Aires. En ausencia de una mejora estructural —más exportaciones de divisas, menor riesgo, refinanciamiento ordenado— esa deuda podría volver a hacerse sentir.