BUENOS AIRES – Se llaman Mónica, Claudia y Tita. Junto a otras 40 mujeres, hacen temblar a las cúpulas del Opus Dei, la poderosa congregación religiosa fundada en 1928 por Josemaría Escrivá de Balaguer, sacerdote español canonizado en 2002 por Juan Pablo II.

Reclutadas mediante engaños cuando todavía eran adolescentes, se convirtieron en auxiliares de la congregación, trabajando durante años entre 13 y 14 horas por día, sin percibir salario alguno, obligadas a vivir en la comunidad y a cumplir sus estrictas reglas, como usar el cilicio, autoflagelarse y dormir sobre tablones. Y si alguna quería irse, se activaban amenazas y manipulaciones destinadas a hacerla sentir incapaz, dependiente y sin alternativas.

Una historia que parece salida de El cuento de la criada, la novela de Margaret Atwood convertida en una serie de gran éxito.

Pero ocurrió de verdad. En Argentina, donde fue relatada por la periodista Paula Bistagnino en el libro Te serviré (publicado por Planeta) y donde está en curso un proceso impulsado por la Fiscalía especializada en trata de personas. Pero también en otros países del mundo: desde Irlanda hasta Guatemala, desde España hasta El Salvador.

Del tema se habló ayer, en la Ciudad de Buenos Aires, en un encuentro organizado por ECA (Ending Clergy Abuse), una coalición de víctimas, expertos legales y activistas por los derechos humanos presente en más de 25 países.

Según el relato de las ex auxiliares del Opus Dei, el reclutamiento seguía un esquema preciso que comenzaba con la selección de familias pobres y muy religiosas, a las que se les ofrecía la posibilidad de que sus hijas (de entre 14 y 17 años, aunque a veces incluso más jóvenes) estudiaran en una escuela hotelera (siempre vinculada al Opus Dei) de la capital o de otra ciudad.

La familia generalmente aceptaba, confiando en la organización y agradecida por la oportunidad. La chica era trasladada y, desde ese momento, comenzaba un condicionamiento intenso, una verdadera manipulación para inducirla a creer que lo que estaba viviendo no era un abuso ni una violencia, sino la realización de su vocación. Una vocación que coincidía con una vida de pobreza, castidad y servicio al prójimo. Solo que ese “prójimo” eran los varones de la congregación.

De izquierda a derecha, Pedro Salinas, Paula Bistagnino y un ex numerario del Opus Dei.

Eso es lo que le pasó a Mónica, oriunda de Santa Fe: “Éramos muchos hermanos, una familia muy religiosa, creí que era un golpe de suerte”. Pero bastaron pocos días para entender cuál era la realidad. “Me obligaban a usar el cilicio, a autoflagelarme, a tomar duchas frías”, cuenta.

Es 1980 cuando Claudia, entonces de 14 años, acepta dejar a su familia con la promesa de asistir a una de las escuelas del Opus Dei. “Además de estudiar, estábamos obligadas a hacer turnos de limpieza agotadores de 10 a 12 horas por día –recuerda–. Llegábamos a la escuela y nos dormíamos en clase”.

Tita, nacida en Asunción, Paraguay, deseaba estudiar por sobre todas las cosas, pero la situación económica de su familia no se lo permitía. “Cuando a mis padres les propusieron que yo pudiera estudiar en una escuela en Argentina, no lo podíamos creer –relata–. Conmigo viajó también mi prima, pero nos separaron enseguida”. Una de las técnicas utilizadas para controlar la voluntad de las adeptas es, justamente, el aislamiento respecto de la familia y de los vínculos más cercanos.

Tita mostró desde el inicio una gran fuerza de voluntad. “Dije enseguida que quería irme, pero no me lo permitieron, porque según ellos mi vocación era servir como auxiliar –continúa–. Después de unos ocho años logré recuperar la libertad, pero tuve que irme a escondidas, sin que nadie me viera, para no sentar un precedente”.

Testimonios similares a los de Anne Marie Allen (Irlanda), Fátima (España), Lucía (Chile), Alicia (El Salvador) y Raquel (Guatemala).

“Nos dimos cuenta de que los diplomas de sus escuelas ni siquiera tenían validez legal –observa Lucía–. Yo estaba convencida de haberme sacrificado para obtener un título, y al final ni eso. Después de años, me encontré haciendo trabajos mal pagos, porque mis años de estudio no fueron reconocidos. Y además tengo un hijo a cargo”.

Raquel tenía apenas seis años cuando comenzaron las atenciones sobre ella y doce cuando ingresó en la congregación. “Mi destino fue doblemente duro –afirma–. Fui dos veces sirvienta: por ser mujer y por pertenecer a un pueblo indígena. Me reprochaban ser inmadura, comportarme como una nena”. Como si a los 12 años hubiera podido ser algo distinto. “Hoy hago un esfuerzo por no odiar –concluye–. Es la única manera de no seguir prisionera de esos años terribles”.

Es el periodista peruano Pedro Salinas quien explica que “el Opus Dei era particularmente querido por Juan Pablo II, tanto que durante su pontificado se convirtió en ‘prelatura personal’: no dependía de ningún dicasterio vaticano, respondía directamente al Papa”. Con Bergoglio, también a partir de las denuncias de las 43 auxiliares, las cosas cambiaron: el papa Francisco volvió a encuadrar a la congregación dentro de los dicasterios vaticanos e inició una reforma de su Estatuto, proceso que León XIV declaró querer concluir.

La característica única de la organización es la presencia de laicos que oficialmente no hacen votos, pero que en la práctica es como si los hicieran. Con la paradoja de que el Vaticano no tiene jurisdicción sobre ellos, mientras que están sometidos a las órdenes y decisiones de la cúpula del Opus Dei.

“Estos laicos se llaman numerarios y viven en comunidad –explica Paula Bistagnino–. Por lo general pertenecen a clases sociales medias y altas y ejercen profesiones que los ubican en los núcleos de decisión de la sociedad”. Son jueces, docentes universitarios, economistas…

“Cuando ingresan se comprometen a obedecer al superior, hacen voto de castidad y de pobreza, por lo que su salario se entrega a la comunidad –dice Gareth Gore, periodista inglés y autor del libro Opus–. También hacen testamento a favor de la organización”.

No todas las personas que forman parte del Opus Dei se sienten abusadas. “Algunas son muy felices, viven un fuerte sentido de pertenencia –señala Mónica Terribas, periodista catalana y productora del documental El minuto heroico, sobre la condición de las mujeres en el Opus Dei–. Otras, en cambio, empiezan a sentirse manipuladas, a entender que su autonomía como individuos está subordinada a la voluntad de la organización”.

Además de los numerarios, están los supernumerarios, que no viven en comunidad sino que forman familias, por lo general numerosas, de las que surgirán nuevos numerarios. Teresa Del Romero, española, era una de ellas. Una ex numeraria nacida en una familia vinculada a la organización. “Durante años creí que estaba sosteniendo una elección, hasta que abrí los ojos –dice–. Y lo entendí cuando me di cuenta del machismo. Los hombres podían fumar, nosotras las mujeres no, por un supuesto tema de pureza. Los hombres dormían en colchones, no en tablones”. Y cualquier pedido de trato igualitario es considerado rebeldía.

La causa impulsada por las 43 auxiliares se remonta a la época de la pandemia. Sebastián Sal es el abogado querellante de las víctimas. “Consideramos que se violaron los artículos 140 y 145 bis y ter del Código Penal argentino, que se refieren a la trata y a la reducción a la esclavitud –explica–. En el juicio la acusación es llevada adelante por la Fiscalía antitrata, por lo que nuestras denuncias fueron tomadas muy en serio. ‘Las 43’ realmente pusieron en alerta a la organización a nivel mundial”.