BUENOS AIRES – Fue el papa que marcó el fin de la centralidad de Europa. El papa de las periferias: geográficas, sociales y humanas. Estaba convencido de que la única reforma posible para la Iglesia nacía desde ahí, desde el mundo de los “descartados”: los pobres, los ancianos, las víctimas de guerra, los presos…

“Uno de los primeros gestos de Jorge Bergoglio, ya como Francisco I, fue visitar a los migrantes en Lampedusa”, recuerda Federico Tavelli, historiador, teólogo y politólogo, profesor de la Pontificia Universidad Católica Argentina (Facultad de Teología) y de la Universidad de Friburgo en Alemania.

“El hecho de que fuera argentino tuvo un peso enorme –explica Tavelli–, y no solo por una cuestión de orgullo nacional. Fue el primer papa no europeo en siglos, y marcó un cambio de perspectiva política y comunicacional”.

Fue un papa globalista y multicultural en un contexto mundial en el que resurgían los nacionalismos. “Lo demuestra –dice Tavelli– la gran cantidad de cardenales de distintas partes del mundo, y con visiones muy diversas, que él mismo eligió”. Son esos mismos cardenales los que ahora tendrán que elegir a su sucesor.

En ese sentido, Bergoglio dejó una impronta globalista muy fuerte, y el próximo papa –sea europeo o no– no podrá ignorar el multiculturalismo ni el hecho de que la mayoría de los católicos hoy vive fuera de Europa.

Su pontificado también se caracterizó por abrir espacios a las mujeres en roles importantes (aunque todavía lejos del sacerdocio femenino). La última, en términos cronológicos, fue la hermana Simona Brambilla, nombrada prefecta del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (ya era secretaria del mismo organismo desde 2023). Antes, en 2021, la hermana Alessandra Smerilli había sido designada secretaria del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.

“Francisco eligió no dedicarse solo a los temas clericales, sino abrirse al mundo, siguiendo la línea del Concilio Vaticano II –afirma Tavelli–. Basta con pensar en su encíclica Laudato Si’, dedicada al cuidado del ambiente”.

Bergoglio quería una Iglesia con rostro humano. “Pero también más transparente –subraya el historiador–. En 2015 nos dio acceso a los archivos de la Iglesia argentina para investigar sobre la dictadura. Gracias a eso pudimos reconstruir muchas cosas alrededor del asesinato de monseñor Enrique Angelelli”, el obispo de La Rioja, asesinado en 1976 por ser “demasiado amigo” de los pobres.

Su pertenencia a la Compañía de Jesús lo volvió pragmático. “Más interesado en encontrar puntos en común que en marcar diferencias –agrega Tavelli–. Es en ese marco que hay que entender su acercamiento a China”. La necesidad de negociar y mediar políticamente no le impidió, sin embargo, pronunciarse en sus últimos días contra la carrera armamentista.

También su forma de comunicar, sus gestos, inauguraron un nuevo código. Más aún: “una teología del gesto –dice Tavelli–, basada en la simpleza. Desde el primer momento impactó su decisión de vivir en Casa Santa Marta en vez del Palacio Apostólico, su forma sencilla de hablar, o tomar mate con la camiseta de San Lorenzo puesta”.

La ternura fue el sello de su papado. La ternura con la que consolaba a un niño que había perdido a su padre, o con la que lavaba y besaba los pies de los detenidos en Regina Coeli cada Jueves Santo.

Hasta sus últimos días. “Cuando no tuvo miedo de mostrarse frágil y vulnerable, sentado en una silla de ruedas –agrega el teólogo–. Quiso recibir a todas las personas que lo cuidaron para agradecerles. Y lo hizo con el lenguaje de la ternura, no con solemnidad”.

Eso es lo que lo diferencia de Juan Pablo II, otro papa que no temió mostrar su cuerpo enfermo y sufriente. Pero mientras lo de Karol Wojtyła fue una especie de ostentación del dolor, lo de Bergoglio fue una entrega. La entrega de quien, amando la vida, se abandona en los brazos de Dios, sin necesidad de heroísmos.