BUENOS AIRES – “Si la Argentina es como me la imagino, una tierra donde reinan la pasión, la congoja, la poesía, estoy seguro de que nos encontraremos”. Son palabras de Giovanni Allevi, en la previa de su primer viaje a Buenos Aires, convencido de que será recibido con un baño de afecto.
A los 56 años no perdió la desarmante ingenuidad que siempre lo distinguió y por la cual es tan querido por su público. Duende de los bosques, eterno muchacho, incluso cuando los rulos se vuelven grises. Incluso cuando el cuerpo es atravesado por la enfermedad y el dolor. Y, al mismo tiempo, un artista ecléctico (compositor, pianista, director de orquesta, filósofo, escritor), capaz de llegar también a un público no especializado. Sin filtros emocionales, pero con el rigor del músico maduro.
En la capital argentina, el 5 de diciembre (a las 19), dará un concierto (en el Teatro Coliseo), ofrecido por el Consulado General a la comunidad italiana. El concierto será precedido por un acto institucional del Consulado, presentado por Mauricio Dayub.
Una primera vez en la Argentina, entonces, y además en un teatro que es propiedad del Estado italiano. Una coincidencia que obliga a cada artista que pasa por ese lugar –tan significativo para nuestra colectividad– a preguntarse por su propia identidad italiana.
“Nunca reflexioné sobre qué aspectos podrían describirla –admite Giovanni Allevi–. Tal vez la alegría de vivir, el amor por la naturaleza, el encanto por el arte, la idea de que la belleza requiere esfuerzo, estudio y creatividad. La idea de que cada tanto, en nuestra vida cotidiana, podemos vivir la experiencia de una inmensidad que nos desborda”.

Giovanni Allevi en una foto reciente.
Que para Allevi este sea su primer viaje a Buenos Aires no significa que no se haya acercado, aunque sea idealmente, a la música argentina. Y no solo al tango que, además, es un fenómeno predominantemente rioplatense.
“La zamba me arrulla, la chacarera me resulta más impetuosa, el carnavalito y el chamamé, más vertiginosos –declara–. Son expresiones musicales que nacen del pueblo y conservan un valor cultural incalculable, en un mundo contemporáneo que está aplanando todo con la globalización. Entonces escucho la voz de Jorge Antonio Cafrune, traduzco las letras y me emociono”.
El del 5 de diciembre será un recital de piano solo, planteado como un viaje por las distintas estaciones de su vida musical.
“Habrá piezas que me acompañan desde hace años y páginas más recientes, nacidas durante el período de la enfermedad y de la lenta recuperación –explica–. Subiré al escenario tal como soy en la vida, vestido con jeans y zapatillas, mis rulos que se volvieron grises con la enfermedad y un corsé ortopédico que me sostiene para permitirme estar sentado al piano durante un tiempo prolongado”.
En el escenario, sin embargo, también sube con una sensibilidad distinta. “Cada nota tiene para mí un peso, un significado, una gratitud nueva –dice–. Tocaré mi música, una música que habla de vida, de amor, de miedo, de dolor, de encanto. La música de un hombre que está agradecido a la vida porque momentáneamente sobrevivió a la muerte”.
No teme mostrar, sobre el escenario, la fragilidad que atravesó. “Que ahora transformo en una música que expresa alegría y gratitud por la Creación –afirma–. Mis manos tiemblan un poco, es cierto, pero ese temblor se volvió parte de mi lenguaje expresivo. Pondré corazón, sinceridad y todo el amor que tengo por el piano. Quisiera que el público argentino sintiera esto: no solo técnica o repertorio, sino un encuentro humano, profundo, vivo”.

Allevi durante un concierto.
Si la enfermedad cambia la relación con la música, también es cierto lo contrario: la música incide en el proceso terapéutico.
“Desde el primer día de lo que sería una larga y sufrida internación oncológica –revela– empecé a componer un concierto para violonchelo y orquesta que comienza con siete notas, nacidas de la transformación en música de las siete letras de la palabra ‘Mieloma’, mi enfermedad. Lo hice para amansar al monstruo incurable y para darle expresión a todas las emociones que atravesé en el período en equilibrio entre la vida y la muerte. Así tuve la ilusión de que el sufrimiento y el dolor tenían un sentido”.
En ese proceso también cambió el vínculo con la música. “En el mundo contemporáneo estamos todos inmersos en la lógica de los números, donde es el dato numérico el que establece el valor de lo que hacemos –reflexiona–. La enfermedad me liberó de ese condicionamiento solapado. Ahora escribo música y la ejecuto en concierto movido solo por la profunda alegría de hacerlo, sin preocuparme ya por la respuesta externa”.
Un proceso de sufrimiento, pero también de renacimiento, que impregnó cada aspecto de la vida de Giovanni Allevi, convencido de que el verdadero arte, la verdadera poesía, la verdadera filosofía nacen siempre del sufrimiento. Con una aclaración: “No se trata de buscar el dolor, sino de aceptar lo que la existencia nos ofrece, incluso en los momentos difíciles, y transformarlo en algo creativo y profundamente humano –subraya–. Con toda humildad, ahora puedo decir que conocí el núcleo más profundo de la fragilidad, y de ella mis notas se desprenden con una fuerza vital que no imaginaba. Tal vez sea cierto que cualquier momento de dificultad que encontremos en la vida puede ser el inicio de un renacimiento. Por eso vendré a Buenos Aires a celebrar la alegría de vivir”.
El concierto es gratuito hasta agotar localidades. Las entradas (máximo 2 por persona) se retiran en la boletería del teatro (Marcelo T. de Alvear 1125) desde el 2 de diciembre, de martes a sábado, de 12 a 20.