BUENOS AIRES – ¿Hasta dónde puede llegar un padre con tal de ver sonreír a su hijo? ¿Y hasta qué punto es lícito hacerlo? Estas son las preguntas que se plantea Juan Francisco Dasso, autor y director de El hombre de acero, a través de la voz de Marcos Montes, el actor que interpreta este extenso monólogo.
La voz narradora es la de un padre con un hijo con autismo. Un hombre que, con tal de lograr por un instante que su hijo lo mire, está dispuesto -durante una fiesta de cumpleaños- incluso a disfrazarse del “Hombre de Acero”, el personaje de historieta que obsesiona al chico.
La pregunta resurge, aún más dolorosa y perturbadora, cuando la pubertad comienza a despertar la sexualidad, con todo lo que ello implica en las relaciones familiares y sociales.
El dramaturgo Juan Francisco Dasso, cuya familia es originaria de Sestri Levante (Génova), trabajó durante muchos años con personas con discapacidad, en particular con jóvenes autistas, con quienes organizaba talleres de teatro. Escribió El hombre de acero en ese período, hace poco menos de 10 años.
“Se habla mucho del autismo, pero me parecía que la problemática de la sexualidad aún debía ser explorada”, cuenta Dasso a Il Globo, en vísperas del Día Mundial de la Concienciación sobre el Autismo, que se celebra cada 2 de abril desde su instauración en 2007 por iniciativa de la Asamblea General de la ONU.
“En mi obra, sin embargo, no quería hablar ‘solo’ de autismo, sino de dilemas éticos que atañen a toda la humanidad —continúa Dasso—. Pero es inevitable que esté atravesada por mi experiencia con personas con discapacidad”. Y con su adolescencia. “Cuando el cuerpo cambia, como sucede con todos los jóvenes—dice Dasso—. Los granos, el olor, la inevitable búsqueda de otros cuerpos, una manera de habitar el espacio que ya no genera ternura. La sexualidad ya es un abismo para cualquiera, pero para las personas con discapacidad se convierte en un verdadero tabú”.
Para abordar estos temas, Dasso construyó un personaje (interpretado por Marcos Montes) que es un hombre extremadamente racional (pero incapaz de reconocer y gestionar sus emociones), cultísimo, con un vocabulario muy amplio. Y con un hijo que no habla.
“Cuando escribía, no tenía en mente a ningún actor en particular, pero varios amigos me recomendaron a Marcos —confiesa—. Se reveló como el intérprete ideal para darle cuerpo a la voz narradora”. Para mostrarnos cómo, por amor a su hijo, puede llegar a cometer actos repugnantes, para los cuales su racionalidad encuentra constantemente excusas y justificaciones.
Inquietante y despiadada, precisa como un reloj suizo, la obra arrastra al espectador a un lugar al que nunca habría querido ir. Le genera preguntas sin ofrecer respuestas, le hace sentir odio y, al mismo tiempo, compasión por el protagonista.
Lo obliga a reflejarse en sus propias zonas oscuras y a cuestionarse sobre sus propios límites morales. “Que es lo que el teatro debería hacer siempre”, concluye Dasso.
El hombre de acero, que ya lleva cuatro años en cartel, se presenta los lunes a las 20 en el Espacio Callejón (Humahuaca 3759) de la Ciudad de Buenos Aires.
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