BUENOS AIRES – Muchos lo consideran “el Oskar Schindler” argentino, pero la historia de Enrico Calamai es tan singular que merece no ser comparada con ninguna otra.

Vicecónsul de Italia en Buenos Aires entre 1976 y 1977, logró salvar a más de 300 personas perseguidas por el régimen (tras el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976). A muchas de ellas las escondió —poniendo en riesgo su propia vida— dentro del Consulado y emitió pasaportes italianos a contrarreloj para permitirles salir del país. Una experiencia que él, a los ochenta años, recuerda como la más importante de su vida y sobre la cual, en 2003, publicó Niente asilo politico. Diario di un console italiano nell’Argentina dei desaparecidos (Ningún asilo político. Diario de un cónsul italiano en la Argentina de los desaparecidos) bajo el sello de Editori Riuniti

Reconocido en Italia y Argentina como referente en derechos humanos, el ex diplomático fue homenajeado por el patronato Inca (perteneciente a la Central General de los Trabajadores de Italia, la CGIL) de Buenos Aires, que le entregó la credencial de socio honorario.

La ceremonia se realizó el 5 de diciembre en Buenos Aires, en la sede de Foetra, el sindicato de los trabajadores de las comunicaciones. Calamai participó por videoconferencia desde Roma. En Buenos Aires, en cambio, estuvieron presentes varias de las personas que hoy viven gracias a su ayuda.

El acto estuvo presentado por el presidente del Inca Argentina, Alfredo Llana, quien se encontraba visiblemente emocionado. A su lado, el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, artista, militante y referente de la teología de la liberación, hoy de 91 años. “Estamos los dos un poco desteñidos, Enrico”, bromeó cuando vio la imagen de Calamai en la pantalla, señalando los efectos del paso del tiempo en el cabello de ambos.

La ceremonia abrió con la lectura de los saludos de Estela Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo (la organización que se dedica a localizar a los niños apropiados por los militares, hoy adultos), y de Taty Almeida, presidenta de Madres de Plaza de Mayo – Línea Fundadora. Las mujeres que primero salieron a la calle, en plena dictadura, para reclamar noticias de sus hijos desaparecidos.

Estela y Taty no pudieron asistir por compromisos previos, pero enviaron palabras afectuosas para el ex diplomático. “Un hombre extraordinario que merece este homenaje”, lo definió Carlotto, mientras Almeida se refirió a él como “nuestro queridísimo compañero Enrico”.

Pérez Esquivel recordó el apoyo de Calamai como testigo de cargo en los juicios en ausencia contra militares argentinos a comienzos de los 2000, cuando en Argentina regían la amnistía y el indulto. Y cerró con un mensaje directo: “Acá hay muchas personas que te recuerdan por tu solidaridad, tu ayuda. Gente cuya vida salvaste. Pero vos sabés que la lucha nunca termina y que tenemos que seguir trabajando por los derechos humanos, para salvar otras vidas”

Adolfo Pérez Esquivel.

Wanda Fragale, abogada, exiliada en Roma durante la dictadura, contó: “Enrico me sacó de la ESMA (el centro clandestino de detención más importante de aquella época) y me devolvió la vida. En aquel momento era un lindo muchachito, un hombre joven de ojos verdes. Para mí es como un segundo padre”.

Santiago Camarda, hijo de un perseguido político, relató que Calamai ocultó a su padre en el Consulado durante tres meses y luego lo ayudó a viajar a Roma. “Ahí conoció a mi mamá y, si no fuera por Enrico, yo no estaría en este mundo. Las cosas más importantes que mi papá me contó de su vida tienen que ver con él. A mis hijos, Bruno y Piero, siempre les repito esta historia para que quede en la memoria y la conozca la mayor cantidad de gente posible”.

El testimonio de Francisco Nigro, fue dramático. “Yo estaba detenido en Devoto y recibí la visita de Calamai, que me dijo que me iba a sacar de la cárcel —contó—. Me hizo sentir italiano de nuevo después de tanto tiempo, en esos años tan oscuros. También me dijo que debía irme del país de manera inmediata. No sabía si reír o llorar, porque acá estaban mis padres, mi esposa, mis hijos. Tenía que empezar de cero. Nunca más lo volví a ver. Hoy, por fin, puedo agradecerle”.

Luego habló Calamai: “En Argentina tenía la sensación de vivir en dos mundos opuestos, que se anulaban entre sí. De día, Buenos Aires era una ciudad alegre, llena de vida. De noche se convertía en el infierno que me contaban quienes venían a pedirme ayuda. Yo era un joven funcionario de 31 años, perteneciente a un Estado democrático, y creía que mi deber como servidor público era defender los derechos humanos ante cualquier violación”.

Calamai, a la derecha, conectado desde Italia, junto al responsable de asuntos internacionales del Inca nacional, Giuseppe Peri.

La desilusión llegó rápido. Los superiores de Calamai, tanto en Argentina como en Italia, intentaron frenarlo de todas las maneras posibles. La orden era priorizar las relaciones económicas y financieras con la dictadura por sobre la defensa de las víctimas.

“En esos meses de actividad tan intensa recibí la ayuda de Giangiacomo Foà, corresponsal del Corriere della Sera, y del entonces presidente del Inca de Buenos Aires, Filippo Di Benedetto —relató—. Gracias a él, siempre había alguien del Partido Comunista Italiano (PCI) y de la CGIL que llamaba a la Farnesina (la cancillería italiana) para ejercer presión, presentaba una interpelación parlamentaria o publicaba un artículo en L’Unità”.

Después de poco más de un año, Enrico fue removido del cargo. “Tuve que irme de Argentina, aun sabiendo que las desapariciones seguían, que esa pequeña puerta del Consulado se iba a cerrar —contó—. Es una herida que cargo toda la vida”. Una sombra cruzó su rostro en la pantalla. Pero solo un momento. Después volvió a sonreír: “¿La credencial me la mandan por correo?”.