BUENOS AIRES – Para los italoargentinos que votan en ambos países, las diferencias entre el parlamentarismo italiano y el presidencialismo argentino suelen ser difíciles de interpretar y conciliar. 

En particular, la figura del Primer Ministro resulta difícil de entender desde Argentina, donde el Jefe de Estado es también jefe del Poder Ejecutivo y es elegido por el pueblo, como ocurrió en las elecciones del 19 de noviembre en las que ganó el partido ultra -liberal Javier Milei (de La Libertad Avanza). 

Este mandato popular le da al presidente argentino un poder muy fuerte. Por poner un ejemplo, el presidente del gobierno argentino puede vetar una ley aprobada por las dos Cámaras del Parlamento, facultad que no existe en el sistema italiano. 

Por el contrario, el Presidente del Consiglio italiano (popularmente conocido como Primer Ministro) necesita la fiducia (un voto de confianza del Parlamento) para gobernar, es decir, una mayoría parlamentaria (que el presidente argentino no necesita, precisamente en virtud de su investidura popular).  

Además, el Parlamento puede sfiduciare (retirar el voto de confianza) al Primer Ministro, en el sentido de que puede hacerle perder su mayoría: en este caso el Gobierno cae y, en caso de que no se forme un nuevo Gobierno que exprese la mayoría, se celebrarían elecciones anticipadas.  

En realidad, la figura del Presidente del Consiglio italiano tampoco está definida en el texto constitucional. 

“Y responde a una voluntad precisa de los autores de la Constitución –explica Francesco Clementi, profesor titular de Derecho público comparado en la Universidad La Sapienza de Roma y autor de un libro sobre este tema, recién publicado por Il Mulino, con el título Il Presidente del Consiglio dei Ministri: decisore o mediatore? (El presidente del Consejo de Ministros: ¿decisor o mediador?). Existía la intención de fortalecer el Parlamento respecto al Gobierno, como si la experiencia fascista hubiera eliminado cualquier posibilidad de un ejecutivo fuerte". 

La portada del libro de Francesco Clementi editado por Il Mulino. 

Aquellos riesgos habían sido identificados no sólo en el fascismo, sino también en la Guerra Fría, en un país –Italia– que llegó a tener el partido comunista más fuerte del mundo occidental. 

“El 'complejo de tirano' –afirma Clementi– es decir, el miedo a una toma del poder por la fuerza por parte de una persona o de un partido, llevó al surgimiento de un Presidente del Consiglio que tiene un papel soso y una posición débil, principalmente dedicada a la mediación y coordinación". 

Aquella elección garantizó en realidad el pluralismo y la representación de las minorías, en detrimento de la estabilidad, como nos recuerdan los llamados "gobiernos veraniegos" de los años 80, que duraban apenas lo que duraban unas vacaciones en la playa, caían y se reformaban con algunos cambios de ministro sin acudir a elecciones anticipadas. 

“Este mecanismo se atascó en los años 90 debido a la coincidencia de varios factores –observa Clementi–. El fin de la Guerra Fría, la crisis de la primera fase de la República y el debilitamiento de los partidos y la integración europea que requería un jefe de gobierno con más poderes. Pero Italia no tenía los instrumentos jurídicos para hacerlo". 

Ahora el gobierno de Giorgia Meloni está forzando su camino hacia el presidencialismo o semipresidencialismo que prevé la elección directa del Presidente del Consiglio. 

“Se puede hacer todo, pero las reformas deben ser coherentes – afirma Clementi -. El texto presentado por el Gobierno es confuso y debilitaría la figura del Presidente del Consiglio en lugar de fortalecerla". 

De hecho, sería elegido por el pueblo, pero podría ser descalificado por el Parlamento. Con dos consecuencias negativas: la se traicionaría a la elección popular y el Presidente del Consiglio se convertiría en rehén de los partidos, empezando por su propia mayoría. 

Sin embargo, en una cosa los gobiernos de Italia y Argentina son similares: el abuso de decretos leyes o, en Argentina, decretos de necesidad y urgencia. 

“El gobierno de Giorgia Meloni, a pesar de tener una sólida mayoría, produjo -en promedio- cuatro por mes”, afirma Clementi. 

En ambos países, a menudo no tienen el carácter de urgencia real, sino que son una forma de eludir el debate en el Parlamento. 

Libertad Avanza, el partido de Javier Milei, controla sólo el 15 por ciento de los lugares de la Cámara de Diputados y el diez por ciento en el Senado. Muy lejos, por tanto, de la mayoría. 

No corre el riesgo de "caer", pero sí de no poder aprobar proyectos de leyes propios, a menos que haga una alianza (con la consecuencia de tener que mediar con nuevos aliados, todos más a la izquierda) o que gobierne por decreto. Sin embargo, como ocurre en el sistema jurídico italiano, el Parlamento debe convertirlos en ley. 

Lo que sucederá sólo estará claro después del 10 de diciembre, día en que el nuevo ejecutivo asumirá el poder. A pesar de las enormes diferencias con el primer ministro italiano, habrá que preguntarse si Milei será un mediador o un tomador de decisiones. 

La pregunta no es retórica y la respuesta es todo menos obvia.