BUENOS AIRES – En Nueva Delhi, durante la sesión del Comité Intergubernamental de la Unesco para el Patrimonio Cultural Inmaterial, llegó un doble reconocimiento que resuena fuerte en Italia y en Argentina: por un lado, el ingreso de la tradición gastronómica italiana en la Lista Representativa; por el otro, la proclamación del cuarteto, el género musical símbolo de Córdoba, entre los elementos que serán inscriptos en 2025.
De la diáspora a las plazas, pasando por las recetas de las abuelas: un reconocimiento que va más allá de la “alta” cultura. Acá entran en escena la mesa, el barrio, las fiestas populares.
No es solo una noticia que habla de la historia de dos culturas, sino una foto del presente: prácticas cotidianas, populares, compartidas y, sobre todo, que cuentan el entramado histórico entre Italia y Argentina.
El reconocimiento de la Unesco, de hecho, no “premia” un plato ni un ritual gastronómico puntual: pone en valor la cocina italiana como un sistema cultural, hecho de saberes, gestos, estacionalidad, elecciones sostenibles y, sobre todo, convivialidad. Es la cocina como espacio social: el almuerzo del domingo, las recetas “pasadas de mano”, la educación del gusto que ocurre en casa antes que en los libros.
Por eso la noticia resuena especialmente entre los italianos de Argentina. Porque cuando, entre fines del siglo XIX y la primera mitad del XX, millones de emigrantes cruzaron el océano, no trajeron solo valijas y esperanzas: trajeron el lenguaje de la comida como identidad.
Y ese bagaje —platos simples, técnicas, costumbres— se mezcló con ingredientes locales, transformándose en nuevas tradiciones familiares: desde las milanesas “de casa” hasta las pizzas al estilo argentino, pasando por esas salsas que saben a abuelas y a domingos largos. En otras palabras: la inscripción en la Unesco reconoce un patrimonio que sigue vivo justamente porque se reinventa, también gracias a las diásporas y a sus cruces cotidianos.
Si la cocina le habla a la memoria, el cuarteto le habla al cuerpo: este género musical nace en Córdoba y, con el tiempo, se vuelve banda sonora de barrios, salones, fiestas populares, plazas. La Unesco lo incorporó entre los nuevos elementos que se inscribirán en 2025, reconociendo su valor como práctica cultural y social, hecha de música, baile y participación colectiva.
El cuarteto también es una tradición “viva”, no de museo. Existe porque se practica, porque genera pertenencia, porque reúne a distintas generaciones sin necesidad de traducciones.

La Mona Jiménez (Juan Carlos Jiménez Rufino), leyenda viviente de Córdoba, es uno de los intérpretes más importantes del cuarteto.
El ritmo popular cordobés suele tener un compañero inseparable: el fernet con coca, un trago nacido y difundido sobre todo en Córdoba por los trabajadores de la fábrica de Fiat, que se instaló allí en los años cincuenta, hasta convertirse en un pilar de la cultura argentina. Aunque el fernet llega desde Italia como amaro, en Argentina encuentra una nueva vida hasta volverse un ritual de sociabilidad contemporánea.
En la gran comunidad piamontesa en Argentina, esta continuidad es palpable: en las fiestas de invierno, en las largas mesas compartidas, en las recetas que exigen tiempo y compañía. Como la bagna càuda que, más que un plato, es una excusa para estar juntos.
No cuesta imaginar, junto al aroma de ajo y anchoas, una pista improvisada donde tres generaciones —de los abuelos inmigrantes italianos a los nietos— bailan cuarteto.