“Las lenguas maternas, en un enfoque multilingüe, son factores esenciales para la calidad de la educación, que es la base de la emancipación de mujeres y hombres y de las sociedades en las que viven”. Son palabras de Irina Bokova, directora general de la UNESCO entre 2009 y 2017.

Es por eso que el 21 de febrero se celebra el Día Internacional de la Lengua Materna, instituido por las Naciones Unidas (de la que la UNESCO es agencia) en 1999 con el fin de promover la diversidad lingüística y cultural como valor fundamental.

La fecha elegida recuerda el 21 de febrero de 1952, cuando algunos estudiantes de Bangladesh (que por entonces se encontraba unido, políticamente, a Pakistán, de hecho se llamaba Pakistán Oriental) fueron asesinados en Dakha (la capital) por la policía, y un centenar resultaron heridos, durante una manifestación.

Protestaban porque Pakistán había proclamado el urdu como único idioma oficial para la administración pública, la política y la educación, a pesar de que el bengalí era la lengua materna de la mayoría de la población. Y la única que sabían hablar.

Esto habría significado excluir a los ciudadanos bangladesíes de cualquier trabajo dentro del Estado y eliminar a toda una clase dominante.

A partir de la protesta del 21 de febrero comenzó una revuelta que desembocó en la independencia del país.

El Día Internacional de la Lengua Materna nos recuerda cómo la lengua no sólo es parte del patrimonio cultural de cada uno de nosotros, sino que es la esencia de la identidad. Es el lenguaje del afecto, aquel con el que las madres se dirigen a sus hijos y los enamorados hablan de amor.

Apoyar la diversidad lingüística dentro de un país (es decir, darle dignidad a la lengua materna de otros) aumenta la comprensión y la tolerancia interculturales.

Según Unicef, el 40 por ciento de la población mundial no tiene acceso a la educación en su lengua materna. A menudo se trata de inmigrantes, asimilados por el sistema escolar del país de destino. Otras veces, de personas pertenecientes a minorías tan pequeñas que sería técnicamente imposible organizar escuelas ad hoc. En otros casos, se trata de minorías oprimidas, para quienes estudiar o hablar en su propia lengua está incluso prohibido por el poder político.

“Una lengua es un dialecto con un ejército y una bandera”, escribió el lingüista Noam Chomsky precisamente para subrayar el estrecho vínculo con el poder.

La distinción entre lengua y dialecto no tiene que ver con la gramática y el léxico, sino con las características de la comunidad que lo habla y con su capacidad (es decir, poder) para transformar un sentimiento de identidad.

No es casualidad que los dialectos en Italia estuvieran prohibidos durante el fascismo, fueran recuperados por la izquierda en el resurgimiento de la cultura popular de los años 1970 y luego utilizados en un sentido identitario por el partido de derecha Lega Nord como un reclamo de autonomía local (o incluso separatismo) con respecto al poder político central.

La Constitución italiana protege a las minorías lingüísticas, como se indica en el artículo seis del texto. Una protección que se ha logrado, por ejemplo, mediante el establecimiento de regiones donde existe el bilingüismo (Trentino Alto Adigio, Friuli Venecia Julia y Valle de Aosta) en virtud de un estado especial.

Además, la ley 482 de 1999, "Normas en materia de la protección de las minorías lingüísticas históricas", reitera y extiende la protección a las minorías albanesa, catalana, germánica, griega, eslovena y croata y a los hablantes de francés, franco-provenzal, friulano, ladino y occitano y sardo. Presencias lingüísticas y culturales que nos recuerdan que Italia siempre fue una tierra de paso e intercambio para muchas civilizaciones y que las migraciones masivas no son un fenómeno contemporáneo.

¿Qué pasa, en cambio, con el italiano que habla nuestra comunidad en Argentina? En general goza de buena salud, como lo demuestra la continua demanda de docentes, a pesar de que la oferta formativa ya es muy amplia en todos los niveles.

El italiano es una lengua oficial de sólo dos países (además de Italia, una parte de Suiza), pero en todo el mundo se estudia y se habla no sólo en comunidades de inmigrantes, sino también entre personas de distintos orígenes, por motivos de estudio, trabajo o placer.

En Argentina existen escuelas paritarias italianas (con títulos reconocidos en la Argentina y en Italia), así como escuelas bilingües. que si bien no están reconocidas por el Estado italiano, dedican muchas horas de enseñanza al idioma.

Las asociaciones de la comunidad ofrecen cursos para varios niveles y objetivos, precisamente para que el conocimiento de la lengua de los abuelos no se pierda con el cambio generacional. Algunos, a nivel regional, también organizan cursos de dialectos, por ejemplo napolitano y friulano (siempre recordando lo que dice Chomsky).

El secreto para mantener viva y saludable una lengua es solo uno: hablarla. En familia, con amigos, en la comunidad nativa. Bueno, malo, con acento extranjero, mezclado con palabras dialectales. Pero practicarla. De lo contrario, se extingue y se pierde para siempre. Y con eso una parte de nosotros, de nuestra historia, de nuestra alma.