BUENOS AIRES – Cuando Adriana Potenzone realizó su primer curso amateur como sommelier, no imaginó que terminaría trabajando con uno de los productores de vino italianos más importantes.
“Me casé muy joven, tuve dos hijas y quería ante todo ocuparme de mi familia –afirma–. Y fue una buena elección, porque después de casi 30 años sigo con mi marido".
Pero cuando sus hijas, que ahora tienen 19 y 25 años, crecieron, Adriana sintió la necesidad de ampliar sus horizontes.
“Me acerqué a la cultura del vino porque pensé que era una forma de viajar por el mundo a través de aromas y sabores –explica–. El vino te transporta a la geografía, al clima, a la historia de un lugar".
Fua así como Adriana decidió emprender su viaje -“de ida”, subraya- y matricularse en la Escuela Argentina de Somelliers, dirigida por otra mujer, Marina Beltrame.
Una vez graduada, comenzó a trabajar con varias bodegas y a organizar catas privadas.
Hasta que llegó un encuentro -o más bien reencuentro- con un compañero de clase, Martín Iglesias, que la involucró en el proyecto Roberto Cipresso, uno de los productores de vino más importantes de la Toscana, un enólogo de fama internacional.
Con 60 años y en la cima de su carrera, Roberto creó Oria Toscana, una especie de co-housing del vino.

Roberto Cipresso en su bodega.
Fraccionó una parte de su finca en Val d'Orcia (al borde del camino que se hizo famoso por algunas escenas de la película El Gladiador) y desde entonces alquila los derechos de producción de cada una de las parcelas durante 20 años.
El cliente recibe un número determinado de botellas al año (dependiendo del tamaño del paquete) del vino producido allí, con una etiqueta personalizada con su nombre y la firma de Roberto. Pero eso no es lo único. También puede ir a la finca y participar de la vendimia y elaborar vino.
“Visité la finca, es un lugar increíble, mágico –cuenta Adriana–. Allí también se produce trigo y aceite."
En 2016 aprovechó para hacer “turismo de raíz”, antes de que el término se pusiera de moda. Conoció Catania, la ciudad de origen de sus abuelos maternos, y toda Sicilia. Sus abuelos paternos son de Parghelía (en Calabria), junto al mar, cerca de Tropea.
Los ojos de Adriana brillan mientras habla del punto de inflexión que dio su vida cuando menos lo esperaba.
“Tengo 50 años, es una edad hermosa –afirma–. También es la mejor edad para las vides: dan menos frutos, pero de mayor calidad, y sin necesidad de cuidados continuos".