BUENOS AIRES – A finales del siglo XIX en Buenos Aires había cerca de 16 escuelas italianas, administradas por las sociedades mutuales de la comunidad, entre ellas Unione e Benevolenza, la primera en hacerlo.
En su archivo, Paula Alejandra Serrao, una joven investigadora ítalo-argentina de la Universidad de Turín, dedicó muchos meses a reconstruir la historia de esta experiencia.
Ya por aquel entonces Italia subvencionaba escuelas en el extranjero, con dinero o enviando profesores pagados por el Estado, pero esto ocurrió sobre todo en la cuenca mediterránea, en el norte de África y en Turquía, donde residían los intereses comerciales y los objetivos expansionistas del país.
“En Argentina, en cambio, los salarios los pagaban casi en su totalidad las asociaciones –afirma Serrao– porque en aquel momento el Estado italiano no consideraba estratégica su presencia en América del Sur”.
Antes de 1870 las escuelas públicas argentinas eran pocas, por lo que las italianas se volvieron indispensables.
“Después las escuelas públicas se impusieron y los miembros de las sociedades mutuales italianas se mostraron cada vez menos dispuestos a utilizar sus fondos para pagar los ya magros salarios de los maestros. O, mejor dicho, de las maestras".
Al principio las personas que enseñaban en las escuelas eran profesionales (abogados, arquitectos) y también personas comunes provenientes de dichas asociaciones, que improvisaban como docentes. Después empezaron a llegar los primeros profesores graduados.
“A los bajos salarios de los docentes se sumaba el hecho de que eran mujeres –explica Serrao–. Por lo tantos, sus salarios eran más bajos. Todas tenían que tener un segundo trabajo o una red familiar de apoyo para sobrevivir. Habían venido a la Argentina a buscar fortuna y se encontraron en condiciones de trabajo muy precario".
La escuela de la Società Colonia Italiana, alrededor de 1898 (foto de archivo de Unione e Benevolenza).
Fue el fascismo, en los años 1930, el que introdujo la figura de la maestra pagada por el Estado italiano. Una mujer graduada que probablemente ya había enseñado en una escuela italiana en el extranjero, por ejemplo en Egipto o Marruecos. La enviaban a Argentina para hacer propaganda.
“Los planes de estudio y los informes escolares que se enviaban de manera periódica se conservan en el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores en Roma, a menudo mezclados con recuerdos personales”, afirma Serrao.
En la década de 1930 se produjo una escisión. “Algunas escuelas permanecieron fieles al fascismo –afirma el investigador–. Otras, como la De Amicis -la única que sigue en funcionamiento-, renunciaron a la subvención para seguir siendo independientes y no verse obligados a realizar propaganda fascista".
Mientras tanto, su número había disminuido enormemente.
Las escuelas italianas eran más que nada primarias. Los alumnos eran hijos de trabajadores y artesanos, que no continuaban sus estudios después de graduarse.
“También se había creado una red de jardines infantiles, una experiencia nueva para la Argentina –afirma Serrao–. Llenaron un vacío de servicios para las mujeres que necesitaban trabajar y encontraron allí un lugar seguro para dejar a sus hijos".
Finalmente, a finales del siglo XIX se fundaron escuelas laicas para niñas.
Todas estas realidades dejaron un importante aporte en la historia de la educación argentina.
La escuela de diseño de la asociación Unione e Benevolenza (foto de archivo de Unione e Benevolenza).
“Nacían a partir de una reflexión sobre cómo debe darse el proceso de adaptación a la nueva sociedad –explica Serrao–. Se preguntaban sobre el modelo de ciudadano que debían formar, sobre cómo imaginar la identidad social y cultural de un hijo de italianos que crecía en Argentina".
La respuesta era aún más interesante: la idea era evitar el modelo de integración-asimilación francés, donde el inmigrante debe renunciar a su propia cultura y valores para ser acogido por la sociedad, pero también el modelo multicultural inglés, donde las culturas y los grupos étnicos coexisten sin llegar a encontrarse.
“La idea no era obstaculizar la inclusión en la sociedad argentina –concluye Serrao– sino ofrecer a los niños herramientas para integrarse, sin perder la lengua y la identidad italiana”.