BUENOS AIRES – Es sábado por la tarde, uno de los más calurosos del verano porteño, pero los vecinos de Villa Devoto están allí, en la esquina de las calles Cantilo y Marcos Paz. “Misión posible”: salvar Casa Beiró de la demolición.
Distribuyen volantes, juntan firmas, cuentan la historia del edificio. Con ellos están unos residentes de los barrios cercanos, como Villa del Parque, y muchos simpatizantes, unidos por la voluntad de preservar el patrimonio arquitectónico de Buenos Aires de la destrucción y de un negocio inmobiliario desmedido que demuele edificios históricos, altera de manera irreparable la fisonomía de los barrios y expulsa a los residentes para dar lugar a los alquileres temporarios.
El asunto de Casa Beiró es uno de los tantos casos de especulación inmobiliaria para sustituir edificios antiguos por complejos de monoambientes con gimnasio, coworking, terraza para parrilladas y piscina. Pensados, desde el proyecto, para alquileres temporarios y no para vivienda permanente.
Pero Casa Beiró representa mucho más: un pedazo de historia argentina, en un barrio con un fuerte espíritu identitario.
Se trata de la casa donde vivió Francisco Beiró (1876-1929). Fue presidente de la Convención Nacional y del Comité Central de la UCR (Unión Cívica Radical), diputado nacional entre 1918 y 1922, y ministro del Interior durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen.
Vivió hasta su muerte en la vivienda de Cantilo y Marcos Paz, que luego fue el lugar donde su hijo Ángel Francisco (también político) se reunía con importantes figuras del radicalismo, como Arturo Illia, Arturo Frondizi y Ricardo Balbín.
“La construcción de la casa data de 1901, en estilo liberty ecléctico”, dice Yamila Rambaldi, activista por la protección de edificios históricos de la ciudad y creadora de la página de Instagram Buenos Aires Perdida, donde informa sobre las demoliciones en curso y los inmuebles en riesgo. Inicialmente, la casa era una auténtica quinta urbana, ocupaba un cuarto de manzana y tenía incluso una caballeriza y un área de estacionamiento para carretas. “Hoy mide 260 metros cuadrados de superficie construida, más 600 de jardín”, precisa Rambaldi.
En la reja exterior todavía están las iniciales de Francisco Beiró, y el lugar ha sido utilizado como locación para series de televisión como Epitafios y Locas de Amor, ambas de los primeros años del 2000.

La reja con las iniciales F y B. (foto: F. Capelli)
Un barrio “bien tano”
“La historia de la casa y la de Villa Devoto están entrelazadas de manera indisoluble”, dice Yamila. El barrio fue fundado en 1889 como un centro autónomo respecto de la capital, por iniciativa de Antonio Devoto, un inmigrante italiano que había hecho una fortuna, se convirtió en presidente de un banco de inversiones y quiso crear una “ciudad jardín”.
El barrio fue diseñado en una trama cuadricular por dos ingenieros, también de origen italiano: Carlos Buschiazzo y José Poggi. Devoto financió también la construcción de un hogar para huérfanos de origen italiano en el barrio, que fue destruido por un incendio en 1922.
“Francisco Beiró –continúa Rambaldi– estaba muy involucrado en la vida social del barrio”. Fue presidente de un Consejo Escolar y promovió obras públicas como el empedrado y la iluminación de las calles. Y como prueba de la fuerte presencia de italianos en la zona, se casó con una: Ángela Copello.
Francisco “Paco” Cabales, residente del barrio, organiza la recolección de firmas, que ya ha alcanzado las 7.000. “Pedimos que Casa Beiró se convierta en un espacio para el barrio, un centro cultural o un museo, abierto a todos –explica–. Podría ser gestionado por la Junta de Estudios Históricos de Villa Devoto o por un grupo de vecinos con un proyecto específico. Eso se verá después, por ahora lo importante es salvar el edificio de la destrucción”.
Francisco creció en el barrio. “Aquí atrás vive mi tía, la casa forma parte de mi memoria –agrega–. Cuando tenía ocho años, no entendía cómo la casa de Francisco Beiró no estaba en la avenida Beiró, que está a pocos metros de aquí. No tenía sentido en mi lógica de niño. Bromas aparte, el edificio siempre me ha llamado la atención. Luego, al crecer, conocí su historia”.
En la casa vivieron hasta 2007 los descendientes de una rama de los Beiró: los Lescano. Padres y dos hijas, en aquella época muy jóvenes. Tras la muerte repentina de ambos progenitores en pocos meses, las dos herederas, una de ellas menor de edad, se vieron obligadas a vender la casa y mudarse a Córdoba con parientes.
Bajo tutela
El acuerdo con el comprador era mantener intacto el edificio, pero ya en 2008 hubo un primer intento de demolición. En ese momento, la Junta de Estudios Históricos del barrio intervino y obtuvo una protección estructural para la casa.
Se trata de un tipo de protección de segundo nivel según el código urbano de la ciudad. La primera es la cautelar, que solo impide tocar la fachada. Mientras que la estructural también obliga a preservar los espacios internos. Finalmente, está la protección integral, reservada para edificios institucionales y monumentos.
“Desde hace 15 años, sin embargo, la casa está abandonada”, explica Yamila. Con el riesgo de que pueda ser ocupada, utilizada para actividades ilegales, generando inconvenientes y problemas de seguridad en el barrio.
Mientras tanto, el inmueble habría cambiado nuevamente de propietario y habría sido adquirido por Eduardo y Diana Jakim Propiedades, una empresa inmobiliaria muy activa y con raíces en Villa Devoto.
Según documentos consultados por Il Globo, la factura del agua sigue estando a nombre de Lucila Lescano, la heredera de Beiró, lo que indica que nadie se ha ocupado de cambiar la titularidad. Las facturas están pagas y no hay deudas.
Sin embargo, hace pocos días, en la reja exterior de la casa, apareció un certificado de desinfección, después de que la municipalidad ordenara a los propietarios realizar tareas de mantenimiento. En el certificado figuran como clientes del servicio Eduardo y Diana Jakim, dueños de la inmobiliaria en cuestión.

El comprobante de la fumigación.
Consultada al respecto, la empresa no dio declaraciones de manera oficial. La empleada que respondió al teléfono dijo no conocer la existencia del edificio, mucho menos su posible titularidad, y explicó que los dueños estaban de vacaciones en el extranjero y no regresarían hasta el otoño.
Vecinos en alerta
Entretanto, las preocupaciones de los vecinos han aumentado. El 5 de enero de este año, un incendio se desató misteriosamente dentro del edificio. Se quemaron piezas de madera, papel y un colchón. Dado que el edificio no está actualmente conectado a la red eléctrica, se descarta un cortocircuito como causa, por lo que todo apunta a un incendio intencional.
“Esto nos puso aún más en alerta –continúa Rambaldi– porque la protección arquitectónica caduca si el estado del edificio se deteriora hasta volverse irrecuperable. Sin embargo, una inspección realizada por arquitectos confirmó que las llamas no dañaron la estructura”. Pero el episodio movilizó al barrio para tomar medidas urgentes.
Una solicitud apoyada también por Francisco Beiró, nieto del primer propietario. Aunque nunca vivió en la casaquinta de Villa Devoto, a diferencia de su padre, Ángel Francisco, siente un profundo apego por el edificio debido a lo que representa en la historia de su familia y de Argentina. Y reconstruye los hechos hacia atrás, comenzando por el reciente incendio.

Las ventanas del cuarto donde empezó el incendio. (foto: F. Capelli)
“Si las llamas comenzaron dentro de la casa, ¿qué debería pensar?”, se pregunta. Luego menciona la primera iniciativa para frenar la demolición de la vivienda: “Se remonta a 2008, en aquel entonces intervino Teresa de Anchorena”.
Anchorena, diputada radical de la Coalición Cívica, fue elegida para la Legislatura de Buenos Aires entre 2005 y 2009 y se destacó por su labor en la preservación del patrimonio histórico de la Capital. Gracias a su intervención, el edificio obtuvo respaldo político para su catalogación y la asignación de protección estructural.
“La casa exhibe en su fachada un delicado trabajo ornamental y una verdadera obra artística de estilo ecléctico. Es una de las últimas expresiones arquitectónicas que retoman elementos originales del Renacimiento italiano del siglo XV”, escribió Anchorena en aquel entonces para justificar la solicitud de preservación.
Hoy, 17 años después, los vecinos consideran que la única solución viable —para no desperdiciar el esfuerzo de aquella época— es la expropiación del edificio y su devolución a la comunidad, ya sea como centro cultural o museo.

Paco Cabales (con la remera roja), Yamila Rambaldi (a la derecha) y los vecinos que organizan la recolección de firmas. (foto: F. Capelli)
Rumbo a la expropiación
Existen actualmente dos proyectos de ley presentados en la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, uno firmado por Francisco Loupias (Unión Cívica Radical) y otro por Alejandro Grillo (Unión por la Patria), tras siete intentos fallidos desde 2009 hasta la fecha. De ahí la recolección de firmas, con un valor simbólico, para respaldar y fortalecer el debate sobre las propuestas.
Loupias se muestra optimista, ya que su proyecto —que será tratado en Comisión el 1 de marzo— cuenta con un apoyo político transversal que debería permitir alcanzar el quórum necesario para su aprobación.
“Firmaron colegas del PRO, socialistas, peronistas y, por supuesto, los compañeros radicales —comenta—. Incluso Alejandro Grillo, autor de un proyecto similar, firmó el mío. Esto demuestra que la iniciativa tiene una base sólida y va más allá de las lógicas y rivalidades partidarias”.
Según Loupias, el objetivo es doble: proteger un edificio de valor artístico y poner en valor un símbolo de la historia del radicalismo en Argentina.
“La base legal para justificar la expropiación existe —sostiene—. El abandono por parte de los propietarios, el valor arquitectónico y el interés público. En cuanto al destino futuro, estamos abiertos a todo: una gestión pública o una asociación público-privada. Lo importante ahora es salvaguardar el edificio; luego se abrirá una mesa de trabajo con la Comuna 11 (una de las circunscripciones administrativas de Buenos Aires, a lacual pertenece Villa Devoto), los residentes y cualquier actor interesado en participar”.
Para el legislador, esta vía también sería beneficiosa para los propietarios, quienes no pueden demoler el inmueble, pero tampoco parecen interesados en una restauración respetuosa de la quinta, quizás para venderla a alguien que valore su importancia artística. El valor del inmueble ha sido estimado en 800 mil dólares.
El otro autor de un proyecto de ley de expropiación es Alejandro Grillo, de formación alfonsinista (radical), aunque luego se alineó con el kirchnerismo. Para él, la idea de devolver Casa Beiró a la comunidad “tiene un gran valor social en el contexto político actual —afirma—. Es una forma de contrarrestar la cultura de la inmediatez y del corto plazo”. Es, en definitiva, una apuesta por la memoria y la ideología en su sentido más elevado.
Grillo critica las políticas de Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta, los dos jefes de gobierno de la ciudad predecesores del actual, Jorge Macri. “Su idea de desarrollo pasa por el ladrillo, por el negocio de la demolición y reconstrucción, con volúmenes y precios multiplicados —señala—. Sin tener en cuenta la identidad y la historia de los barrios”.
Una ola popular
Mientras tanto, en otras zonas de la ciudad, se multiplican las iniciativas en defensa de los edificios antiguos que forman parte de la historia y la identidad local.
Los residentes de Parque Chas, por ejemplo, se han movilizado para defender el chalet de Ávalos y La Pampa, construido en 1926, un año después de la fundación del barrio, que precisamente en este 2025 celebra su primer centenario. Nació como parte de un loteo impulsado por Vicente Chas, quien buscaba crear una “ciudad jardín” siguiendo el modelo europeo.
Hoy es un barrio de clase media con una estructura única: su trazado en círculos concéntricos lo diferencia del resto de la ciudad, que sigue un diseño en damero. Forma parte de la Comuna 15, junto con Paternal, Villa Ortúzar y Villa Urquiza.
“El chalet está deshabitado hace décadas y está muy deteriorado”, dice Rocío, integrante del grupo vecinal autoconvocado Somos de Parque Chas (por decisión del colectivo, prefiere no dar su apellido). Sin embargo, el rescate de este edificio es más complejo.
“Todos reconocen el valor patrimonial de la construcción, pero debido a su mal estado, se aprobó su demolición el 24 de octubre —explica Rocío—. El proceso de desmantelamiento comenzó el 17 de diciembre con la destrucción del techo. Para frenarlo, el 31 presentamos un recurso de amparo en la Justicia, gracias al abogado Jonatan Baldiviezo, pero lamentablemente fue rechazado”. Mientras tanto, el techo ha sido demolido y cada vez que llueve, la estructura se deteriora aún más.
“Irónicamente, el dueño, que es titular de una empresa constructora, vive en el barrio, en una casa de época”, añade Rocío, señalando la contradicción.
Parque Chas tiene una protección especial en el Código Urbanístico (U39), que impone restricciones a las nuevas construcciones, las cuales no pueden superar los 9 metros de altura (o incluso 5 metros en la avenida de Los Incas).
“Pero no hay restricciones estéticas —advierte Rocío—. Así, edificios con jardines frontales son reemplazados por ‘cajas de zapatos’, bloques de cemento que ganan metros edificables a costa del verde”.
Los movimientos ciudadanos vinculan la destrucción del patrimonio arquitectónico con las modificaciones en el Código Urbanístico, cuyas reformas (la última aprobada a finales de 2024) han ido flexibilizando cada vez más las regulaciones.
Jonatan Baldiviezo, fundador del Observatorio del Derecho a la Ciudad, explica: “Por ejemplo, antes, cualquier modificación en un edificio con protección cautelar debía ser invisible desde la vía pública. Ahora, esa restricción fue eliminada. Como resultado, sobre una fachada antigua se pueden construir pisos adicionales sin límite”.
Particularmente controvertido es el beneficio de construcción adicional contemplado en el Código: las empresas que desarrollan proyectos en zonas que el Gobierno busca revitalizar (como ciertos distritos industriales abandonados en el sur de la ciudad) obtienen permisos para edificar más metros cuadrados en otros barrios, generando conflictos con los vecinos, quienes deben soportar ruido, polvo y una transformación radical de la fisonomía del lugar.
“La rentabilidad está en construir edificios con muchos mini departamentos —señala Baldiviezo—. Sin considerar cuántos autos más circularán y necesitarán estacionamiento, cuánta basura extra se generará o el aumento en la demanda de luz y agua”.
Una reforma controversial
La aprobación del nuevo Código Urbanístico a fines de 2024 llegó tras numerosas audiencias públicas y, por primera vez, se menciona la necesidad de preservar la identidad de cada uno de los 48 barrios de Buenos Aires, agrupados en las 15 comunas administrativas. “Consideramos que esto es un avance positivo —opina el diputado Grillo—. Así como el hecho de que el Ejecutivo, que buscaba más autonomía, no la haya conseguido”.
Baldiviezo no está de acuerdo: “Seguimos en un contexto donde el Ejecutivo domina la Legislatura e incluso el Poder Judicial”.
Grillo, por su parte, señala otra gran falencia: “Se reforma el Código Urbanístico sin contar con un Código Ambiental”.
Preservar la identidad de los barrios también es clave para atraer turistas, quienes valoran la diversidad de Buenos Aires y no quieren verla convertida en un paisaje de edificios anónimos de vidrio y cemento. “Pero el turismo también es un arma de doble filo —advierte Baldiviezo—. En San Telmo, uno de los barrios históricos más apreciados por los extranjeros, los contratos de alquiler regulares han dejado de renovarse, incluso a precios muy elevados, porque los propietarios prefieren destinarlos a Airbnb”.
Mientras tanto, se ha reducido la superficie mínima habitable, de 32 metros cuadrados a 18, más 3 metros de baño.
Todo esto no sólo afecta la justicia social y el derecho a la vivienda, sino que también debilita la resiliencia de las ciudades. ¿Qué pasa si, como ocurrió con el Covid, el turismo se detiene? ¿Qué será de estos barrios?
“Estamos viendo una nueva forma de gentrificación —concluye Baldiviezo—. Ya no se trata de reemplazar a las clases bajas con la media y alta, sino de transformar la población residente en transitoria”. Y con ello, se precarizan los lazos sociales, la solidaridad y la identidad de las ciudades. Cada vez más líquidas. Más anónimas. Y, al mismo tiempo, más frágiles.