ROSARIO – La Familia Veneta de Rosario recordó a las víctimas de Marcinelle, el terrible accidente en una mina belga ocurrido el 8 de agosto de 1956, en el que murieron 136 italianos de un total de 262 víctimas. Dejaron 400 niños huérfanos.

Desde 2001, la fecha se recuerda como el Día del Sacrificio del Trabajo Italiano, conmemoración impulsada por el entonces ministro para los Italianos en el Exterior, Mirko Tremaglia.

Este sábado 9 de agosto, en un evento virtual, la asociación presentó il libro Gli angeli dei “Musi Neri” (Los ángeles de los rostros negros) de Walter Basso, publicado por la pequeña editorial véneta Scantabauchi.

El autor dedicó muchos años a documentar las condiciones de vida y de trabajo de los italianos en las minas de carbón de Bélgica. Sueldos más bajos que los de los compañeros locales, peligro constante (los italianos eran asignados a las tareas más riesgosas, todos los días en pozos a 1.370 metros de profundidad). Obligación de no renunciar antes de brindar a la mina cinco años de trabajo (bajo pena de cárcel y expulsión). Condiciones de vivienda incompatibles con la dignidad.

Y todo por un acuerdo entre el Estado italiano y Bélgica: el llamado “protocolo” del 23 de junio de 1946.

“Nosotros nos comprometimos a enviar 50 mil mineros, al ritmo de dos mil por semana, que llegaban en tren –explica Basso–. A cambio, Bélgica nos vendería el carbón necesario para la reconstrucción y el incipiente desarrollo industrial italiano: 250 kilos por cada hombre enviado a trabajar a la mina, pagados a precio pleno”.

Originario de Padua, Basso es hijo de emigrantes y vivió en Bélgica, en Charleroi, desde que tenía 8 meses hasta los 6 años.

“Jugaba haciendo pozos en la tierra, porque no conocía otra realidad que la de la mina –relata–. Papá trabajaba en el peor yacimiento carbonífero, el de las condiciones más duras, donde luego se le unió el hermano de mi madre. Nosotros volvimos a Italia porque papá tenía silicosis, mi tío se quedó”.

El 1 de febrero de 1957, pocos meses después del accidente de Marcinelle, a la casa de los Basso llegó un telegrama que anunciaba la muerte del tío. “Había podido dejar la mina porque habían pasado 5 años y había conseguido trabajo en una fábrica –cuenta Walter–. Pero su esposa, belga, estaba embarazada, y para ganar un poco más aceptó volver a trabajar en el pozo”. Su hijo, llamado Olindo como el padre, nacería pocos meses después.

“Mi abuela enloqueció de dolor, nunca se recuperó –afirma Basso–. Lo cierto es que en Bélgica hubo al menos otras 7 tragedias como la de Marcinelle, totalmente olvidadas”.

Los datos oficiales nunca se hicieron públicos: se estima que hubo unas 1.200 víctimas por accidentes y más de 40 mil por silicosis.

“Papá murió en 1986, a los 75 años –recuerda Basso–. Con una vida muy sana, sin fumar ni beber, logró vivir más años que la media. Pero la silicosis lo había reducido a un esqueleto y sus últimos años fueron un calvario”.

Después de su muerte, Walter encontró entre sus cosas fotos y recortes de diarios sobre los accidentes en Bélgica. “Decidí que esas historias debían recordarse –afirma–. Se lo debía a papá y a mi tío”.

Así surgieron varios libros sobre la historia de los italianos en Bélgica, todos publicados por la editorial Scantabauchi (término dialectal usado para indicar una mala figura evitable con un poco de atención), propiedad del propio Basso.

En 2012 publicó Los dos rostros de la muerte negra, aludiendo a la muerte provocada por el carbón. “Lenta, en el caso de mi padre, violenta para mi tío –explica–. El libro tuvo mucho éxito, con presentaciones en Italia y Bélgica”. De allí surgió la decisión de escribir un segundo, Carne de mina, dedicado a las historias reales, no noveladas, de los mineros, empezando por la de su familia.

Finalmente, Basso escribió Los ángeles de los rostros negros, dedicado a las esposas de los mineros, que será presentado hoy.

“Bélgica alentaba a las familias a acompañar a los trabajadores –afirma Basso–. Para evitar el exceso de nostalgia, pero sobre todo las remesas de dinero hacia Italia. Ellas también compartieron la vida en los barracones y el racismo, ya que la sociedad nos acusaba de ‘quitarles el trabajo’ a los obreros locales”.

No sabían el idioma, ni francés, mucho menos flamenco, ni italiano, ya que hablaban solo dialecto, y no podían comunicarse ni siquiera con otras inmigrantes de regiones distintas.

“Se encontraron solas para manejar familias desarraigadas, muchas veces con mucha violencia interna, ya que muchos hombres bebían y se volvían violentos –recuerda Basso–. Entrevisté también a Rocco Granata, un cantante italiano nacionalizado belga que se hizo famoso por la canción Marina. Me contó que su madre, esposa de un minero, nunca aprendió una palabra de flamenco. Estas mujeres tuvieron el gran mérito de mantener vivas las tradiciones italianas, con la comida y las fiestas”.

Entre las muchas personas entrevistadas por Basso, también hay quienes hablan bien de Bélgica, donde tuvieron la posibilidad de progresar. “Por eso es importante no generalizar, no toda la sociedad era racista”, subraya.

La amargura, en cambio, es hacia la Región Véneto, que parece haber olvidado a sus víctimas. “Recuerda a los cinco mineros vénetos muertos en Marcinelle –afirma– pero nunca se menciona a todos los demás.

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