BUENOS AIRES – Pablo Chiesa es licenciado en Museología, especializado en Gestión y preservación del patrimonio cultural, y es responsable de la conservación de los edificios públicos de la capital argentina.

Fue invitado por el Circolo Italiano a dar una conferencia sobre la italianidad en la construcción pública, que a finales del siglo XIX, cuando comenzaban a construirse las grandes obras de la nueva República, convocó a numerosos arquitectos y artistas italianos, que cruzaron el océano para participar en las obras. 

“Esta charla es también una manera de sacar a la luz a los personajes olvidados de la arquitectura: los escultores y los pintores –explica Chiesa–. La cuestión ornamental formaba parte del diseño de un edificio: era diseñado por arquitectos y luego materializado por artistas”. Que muchas veces llegaban a la Argentina convocados por los primeros.

“No eran profesiones excluyentes, cualquiera podía aprender el oficio –afirma–. Basta pensar que la Escuela de Ornato de la Academia de Brera de Milán, la Academia de Bellas Artes más importante de Italia, formaba a cualquier persona. Mi tatarabuelo, que era hijo de un cocinero y un ama de casa, estudió allí. Y luego pudo vivir de su arte en Argentina”.

El arquitecto de la Casa Rosada, sede del gobierno argentino, fue Francesco Tamburini, que nació en Ascoli Piceno en 1848. Se le confiaron numerosos proyectos, entre ellos el Teatro Colón, finalizado posteriormente por su alumno y compatriota Vittorio Meano.

El elemento al que Tamburini le dio mayor importancia en la Casa Rosada es la Escalera de Honor, donde se realizó el mayor trabajo escultórico y pictórico “que lamentablemente hoy está cubierta de pintura, pero de a poco la estamos retirando para recuperar la decoración original escondida debajo”, asegura Chiesa.

Es probable que Tamburini tomara como modelo la escalera del Palazzo Carignano de Turín. “Era bastante común inspirarse en edificios de la época, a los que habían tenido acceso arquitectos formados en Italia”, ejemplifica el experto para explicar que la italianidad incluye también a aquellos argentinos de nacimiento que habían tenido la oportunidad de estudiar en el Bel Paese.

Tamburini encargó a Félix Boggio (nacido en Biella, provincia de Vercelli, en 1852), pintor formado en la Academia de Bellas Artes de Roma, el proyecto de decoración de la Casa de Gobierno. “Probablemente el pináculo de la obra escultórica sea el grupo de la fachada Este –subraya Pablo Chiesa– que representa la República Argentina coronada de alegorías”.

El autor material de Las Artes y el Trabajo coronando a la Argentina es el escultor Carlo Bianchi, nacido en Viareggio (Toscana) en 1861, que fue alumno de Pio Fedi, autor de la escultura del Rapto de Polissena, ubicada en la Loggia dei Lanzi en Florencia.

Al llegar a Argentina en 1886, el escultor construyó un edificio Art Nouveau donde luego vivió (hoy patrimonio histórico de la ciudad), que estaba anexo a su taller de escultura. Por motivos económicos tuvo que abandonar el negocio de la escultura y se dedicó exclusivamente a la construcción. Se asoció con Manuele Tavazza, con quien construyó muchos edificios importantes, como el Palacio Fernández Anchorena.

Otro gran edificio de Buenos Aires vinculado al espíritu italiano es el del Congreso, desde la fundación del sitio en construcción. De hecho, el terreno donde se construyó fue comprado a la familia italiana Spinetto, que con el producto de la venta construyeron el famoso shopping aún activo en el centro de la ciudad. 

Fue el primer concurso internacional para un edificio público. Se presentaron 28 proyectos, la mayoría de arquitectos italianos o de origen italiano. 

El ganador fue el aparejador y arquitecto Vittorio Meano (quien completó el Colón), nacido en Susa (Piamonte) en 1860. Llegó a Buenos Aires en 1884, invitado por Francesco Tamburini para formar parte de su estudio de arquitectura.

Meano tenía un gran talento para el dibujo. Sus bellos dibujos para el proyecto se conservan en los archivos del Congreso, de los que Chiesa muestra algunas imágenes. Le pide al público que se centre en los detalles: "Observen el balcón perimetral, característico del salón de estilo italiano, y el uso distintivo de ventanas y claraboyas para inundar los espacios de luces”.

El contrato lo ganó la constructora Besana, propiedad de Paolo y Salvio Besana, nacidos en Missaglia (Lecco). Paolo se especializó en ornamentación y arquitectura en la Academia de Brera y "seguramente la mayoría de los trabajadores también eran inmigrantes italianos", explica Chiesa.

Una curiosa anécdota demuestra el grado de italianismo involucrado en la construcción del Congreso: en 1914 el presidente de la Cámara de Diputados desencadenó una polémica con el ingeniero Rocamora (encargado de continuar las obras tras la muerte de Meano), porque había firmado unos informes sobre la construcción que contenía inscripciones en lo que hoy llamamos cocoliche.

“No es español, las inscripciones no son inteligibles”, afirmó el presidente de la Cámara en la denuncia, a lo que el ingeniero respondió justificadamente: “Efectivamente, se trata de empleados italianos que se pusieron a trabajar apenas llegaron al país”.