MAR DEL PLATA (BUENOS AIRES) – Fue uno de los principales destinos de la inmigración italiana gracias a la presencia del puerto, hoteles y la industria turística que ofrecía empleos.

Mar del Plata, ciudad costera del sur de la provincia de Buenos Aires, es testigo de los cambios de hábitos y rituales vinculados a las vacaciones de verano.

A finales del siglo XIX era un lugar exclusivo para las familias más adineradas, las únicas que podían permitirse unas vacaciones, antes de la llegada de las vacaciones masivas, ligadas a la mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora y a conquistas sindicales como como vacaciones pagadas, consideradas el merecido período de descanso anual del trabajador.

En 1888, cuando se inauguró el lujoso y aristocrático Hotel Bristol (un nombre que es una admisión involuntaria de la aspiración a un estilo de vida europeo), en Mar del Plata solo había un puñado de casas.

Como cuentan Eliza Pastoriza y Juan Carlos Torre en el libro Mar del Plata, un sueño de los argentinos (Edhasa, 2019), para construirlo llegaron materiales de calidad de Europa y se contrató trabajadores especializados, además de la mano de obra barata disponible entre las filas del “ejército de reserva” compuesto por inmigrantes. 

El hotel acogió a empresarios, políticos argentinos e incluso presidentes, como Marcelo Torcuato de Alvear, Hipólito Yrigoyen y Bartolomé Mitre.

La Gran Recesión de 1929 y la Segunda Guerra Mundial repercutieron negativamente en el negocio del Bristol, que vio decaer progresivamente su clientela nacional e internacional y, con altibajos, finalmente cerró en 1944.

Durante esos años el contexto político había cambiado y con él las postales con las vistas de Mar del Plata.

Entre finales de los años 20 y principios de la década siguiente llegaron nuevas inversiones. Esta vez, estatales.

En la década de 1930 se inauguró un nuevo hotel céntrico, el Hotel Provincial, destinado a ocupar el rol que fue del Bristol. Con la diferencia de que se trataba de un hotel de propiedad estatal, el primero en surgir en un contexto caracterizado hasta entonces por las inversiones privadas.

Se construyó una ruta estatal para facilitar el viaje de Buenos Aires a Mar del Plata (que a fines del siglo XIX duraba alrededor de una semana) y se hicieron convenios con los sindicatos para incentivar el turismo social, ofreciendo facilidades a los afiliados.

La ley de propiedad horizontal, impulsada por Perón en 1948, junto con los préstamos hipotecarios ofrecidos por el banco Crédito Hipotecario, permitieron la construcción de miles de departamentos para ser utilizados como "segunda casa".

Algo parecido al boom económico que se produjo en Italia en las décadas de 1950 y 1960, gracias a los fondos para la reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial.

Mar del Plata cambió profundamente su fisonomía, y no sólo en verano. Convertida en una de las ciudades argentinas con mayor tasa de crecimiento, en la década de 1960 la ciudad albergaba 95 establecimientos balnearios, 1.200 hoteles y 7.000 nuevas viviendas por año. En 1967, había ocho hoteles propiedad de sindicatos.

De ser destino de vacaciones para la élite, pasó a ser la capital del turismo de masas. Se había producido una revolución social y cultural: ahora también las familias de las clases populares podían permitirse una o dos semanas al año de sol, playa y baños en el mar.

Si “la classe operaia va in paradiso” (la clase trabajadora va al paraíso), como reza el título de la película de Elio Petri con un deslumbrante Gian Maria Volonté, la argentina iba, más concretamente, "a Mar del Plata".

En la década de 1970, el experimento social (o socialdemócrata) argentino se interrumpió y la dictadura estableció un nuevo régimen socioeconómico basado en la reducción del Welfare.  

Desde entonces, las ramblas y playas de Mar del Plata siguen abarrotadas en los meses de verano, pero también son espejos de las desigualdades y contradicciones de la política y la sociedad argentina. Y como dicen los autores del libro, si es verdad que la ciudad sigue siendo la capital de las "vacaciones de masas", también lo es el hecho de que ya no es aquella de las "vacaciones para todos".