Vista con ojos contemporáneos, la figura de Marco Polo (de cuyo fallecimiento se cumplen 700 años el 8 de enero) recuerda lo que hoy definiríamos -de manera un tanto pretenciosa- como un expatriado. Un migrante "de lujo” y no por una necesidad.
De hecho, pertenecía a una familia de comerciantes venecianos que comerciaban con Oriente. Durante sus viajes compraban productos hallados en el camino y vendían las mercancías traídas de Italia. Un mecanismo de importación y exportación en la Ruta de la Seda.
Nacido en 1254, cuando cumplió 17 años -en 1271- el joven Marco pudo acompañar a su padre y a su tío a China. Un viaje que duró tres años, el tiempo que se tardaba en ir de Venecia a Pekín durante la Edad Media. Cuando no existía "el espacio" sino "el mundo" y las distancias se medían (y se contaban) en días de viaje y no en kilómetros (o millas).
Hoy es un viaje de pocas horas. Y eso no significa que la velocidad sea siempre un valor y la lentitud un problema.
En aquella época todavía no se conocían ni América ni Australia. Y por eso Marco Polo realizó un viaje hasta “el fin del mundo”. O mejor dicho, lo que se entendía con este término en el siglo XIII.
Fue la primera persona en llevar noticias de Japón (que, por ese entonces, era llamando Cipango).
En China, Marco vivirá 17 años, en los que se convirtió en una especie de protegido del emperador, Kublai Khan, que necesitaba una persona de confianza que viajara a lo largo y a lo ancho de su imperio y le contara lo que sucedía. Una figura a mitad de camino entre embajador, periodista y agente secreto.
Kublai estaba acostumbrado a estar rodeado de gente que mentía por miedo o por conveniencia, mientras el joven veneciano, con la frescura y el atrevimiento propios de su edad, le hablaba sin vueltas.
De regreso a Venecia, ya con 40 años, en 1298 Marco participó en una batalla contra Génova, el eterno rival marítimo de la Serenissima, y fue tomado como prisionero.
En la cárcel conoció a Rustichello da Pisa, un escritor de novelas de caballerías en francés: los dos se juntaron para escribir un libro sobre el viaje y la estadía en la corte de Kublai Khan. Marco se encargaría del contenido, Rustichello de la edición.
Así nació Il Milione, el primer best seller de la historia. El título deriva de un apodo de la familia Polo o quizás del hecho de que Marco, hablando de las cosas que había visto en China, se expresaba en una escala de millones.
¿Un libro de memorias, testimonial o una novela de aventuras?
Es imposible separar el recuerdo auténtico de Marco de los "adornos" que pudo haber añadido su compañero Rustichello, que era escritor y difícilmente se habrá resistido a la tentación de darle un toque personal a la historia.
Liberado gracias a un intercambio de prisioneros, Marco Polo regresó a Venecia, se casó, tuvo tres hijos, llevó una vida rica y nunca regresó a China. Murió en 1324.
Lo que queda de él, siete siglos después, es el relato fantasioso de un viaje extraordinario, de paisajes desconocidos, de pueblos misteriosos frente a los cuales el autor nunca evidencia ese sentido de superioridad del hombre blanco que se impondrá en los siglos siguientes y que justificará las guerras de conquista, el colonialismo, la asimilación cultural y las conversiones forzadas al catolicismo.
Marco no pretende enseñar nada. En todo caso, lo que lo entusiasma son las ganas de aprender y experimentar.
Aún hoy, 700 años después, no sabemos si fue un comerciante sin escrúpulos, un antropólogo ante litteram, un cronista fiel o un fanfarrón.
De este modo, Il Milione tiene mil interpretaciones posibles: una novela de aventuras, un relato fantástico, un diario de viaje o un estudio etnográfico. O como el diario de un niño que aún no cumplió los veinte años y que ve cosas que lo marcarán para toda la vida.