BUENOS AIRES - Llegó a Italia en 1992, a causa de una de las tantas crisis económicas argentinas (la que condujo a la paridad del peso con el dólar, bajo el plan de la convertibilidad, para frenar la inflación). Marina Rivera se quedó allí, luego de haber encontrado, primero, la realización profesional y, luego, el amor.
“Nací en 1962 en Trelew, en la Patagonia —relata—. Estudié diseño en la Universidad de La Plata, justo cuando regresaba la democracia en la Argentina, cuando el país rebalsaba de toda la creatividad reprimida durante el período dictatorial. Buenos Aires era un caldo de ideas”. Pero la hiperinflación y la crisis económica inhibieron las potenciales culturales: una historia ya vista y destinada a repetirse.
De ese modo, gracias a su doble ciudadanía, Marina decidió vivir una experiencia en Italia, en Aquila, donde vivían unos parientes.
Empezó a trabajar como diseñadora gráfica, creando materiales didácticos para niños, bibliotecas, museos y para el Parque Nacional de Abruzzo.
Fue gracias a los trabajos realizados para el parque que la conocieron en Legambiente, la asociación ambientalista, y le ofrecieron una colaboración fija en su revista, La Nuova Ecologia.
“Luego de algunos años en una pequeña ciudad provincial como Aquila, por más bella y espléndida que sea, volver a Roma fue una explosión de sentidos —rememora—. Era como estar en Buenos Aires, pero con el arte, la arquitectura y una historia milenaria”.
No le importaba tener que viajar todos los días entre Aquila y Roma porque no podía pagar un alquiler en la capital.
“Fue un período maravilloso y agotador —recuerda Marina—. Tanto que no tenía espacio físico ni mental para nada más. Y para nadie más”.
Pero es sabido que la vida a veces toma decisiones por nosotros mismos.
En Roma, Marina frecuentaba a un grupo de argentinos, muchos de ellos músicos. Fueron ellos quienes en 2006 le presentaron a Luis Bacalov, pianista y compositor argentino que hacía muchos años vivía en Italia.
Bacalov fue autor de bandas sonoras de importantes películas como Il Vangelo secondo Matteo de Pier Paolo Pasolini, La città delle donne de Federico Fellini (luego de la repentina muerte de Nino Rota), Django, un spaghetti western de Sergio Corbucci, Il grande duello, otro spaghetti western cuya música luego fue usada por Quentin Tarantino en Kill Bill, Il postino, la última peliculas interpretada por Massimo Troisi poco antes de morir (y que le hizo ganar un Oscar por la mejor banda sonora), La Tregua, de Franco Rosi, basada en la novela de Primo Levi.
“Me quedé impresionada por su solidez, su sencillez, poco amante de los lujos —recuerda Marina, con una mirada puesta en un lugar al que solo ella puede acceder—. Los dos estábamos solteros y nos enamoramos. Él tenía treinta años más que yo, algunos matrimonios en su haber y seis hijos. Pero yo jamás sentí la diferencia de edad. Estuvimos juntos durante once años”. Hasta que murió Luis, en 2007.
“Cada uno tenía su trabajo y sus proyectos, pero nos aconsejábamos sobre lo que hacíamos y estar cerca de él siempre me dio mucha fuerza”, relata Marina.
Fue en este contexto que nacieron las historias sonoras de Alina -un personaje ideado y diseñado por Marina- una niña que es una especie de “Mafalda del nuevo milenio”.

Con las pruebas de imprenta del primer libro de “Alina”. (Foto: cortesía de Marina Rivera).
Los tres libros de la serie - La macchia, Nasco, Musica è (ediciones Perrone- son producto de una colaboración. Marina creó el personaje, las ilustraciones y la gráfica, Janna Caroli (una de las principales autoras para jóvenes en Italia) los textos y Luis Balacov la música de las canciones contenidas en un cd que acompaña a cada volumen.
“Tuvieron éxito, hicimos presentaciones y espectáculos —recuerda Marina— y teníamos la intención de publicar otros volúmenes de la serie, pero la muerte de Luis y luego la pandemia interrumpieron nuestros proyectos”.

Bacalov durante la grabación de uno de los CD de "Alina" (foto: cortesía de M. Rivera).
Alina “tiene vida” y viaja con Marina entre Italia y Argentina para organizar talleres en las escuelas, presentaciones y muestras. La última, pocas semanas atrás, en el Museo Municipal de Artes Visuales de Trelew, donde Marina fue —como hace todos los años— para visitar a su familia.
“Italia me dio muchas cosas, pero para mí volver a la Argentina es siempre muy estimulante —afirma—. Aunque este año percibo un sentimiento de desmotivación y de apatía. Espero que vuelva pronto el espíritu combativo que siempre caracterizó a esta sociedad”.
(Traducido al español por Paula Llana)