BUENOS AIRES – Sabrina Carlini celebró este año sus “bodas de plata” con Buenos Aires. Ya pasaron 25 años (y tres meses) desde aquel 27 de abril del 2000, cuando llegó con una beca del MAE (ministerio de Asuntos Exteriores), para llevar adelante una investigación sobre el “culto” a Carlos Gardel.
“Me había recibido en Antropología con una tesis sobre el rol de las imágenes en la religiosidad popular –explica–. Por casualidad, en la tele, había visto un documental en el que aparecía la tumba de Gardel en Buenos Aires, y me llamó la atención la presencia de papelitos, estampitas, exvotos, gente rezando, como en las tumbas de los santos”. De ahí surgió la intuición: la posibilidad de aplicar la metodología de su tesis también a un objeto de devoción no sagrado, como un músico.
Por esas coincidencias de la vida, este año también se recuerdan los noventa años de la muerte de Gardel, víctima de un accidente aéreo en Colombia, en Medellín, durante una gira, el 24 de junio de 1935, con apenas 44 años, en el pico de su popularidad, muy amado por las mujeres, tanto que en esos años era considerado un verdadero sex symbol.
Desde entonces, Sabrina –nacida en Bolzano– vivió siempre en Argentina. Abandonó la investigación académica y trabajó en cooperación internacional de 2003 a 2012.
“Coordinaba el área de turismo responsable para Icei, una ONG italiana que tenía un proyecto en La Boca”, explica. Trabajaban para valorizar un barrio que, más allá de las dos calles turísticas del Caminito –conocidas incluso por quienes nunca estuvieron en Buenos Aires, porque aparecen en todas las guías y postales–, era considerado sin interés o incluso peligroso.
También escribió una guía de Buenos Aires, ligada a los lugares del tango, pero no solo eso (Buenos Aires, tango a parte, para la editorial Airplane).
Una vez finalizado el proyecto, Icei cerró la oficina de Buenos Aires, ya que Argentina estaba atravesando una etapa de desarrollo y ya no era considerada un país de riesgo. Y Sabrina volvió a reinventarse: esta vez como profesora de italiano en una escuela paritaria italiana en Olivos y en la Dante Alighieri de Vicente López (dos localidades del conurbano norte de Buenos Aires, de perfil acomodado).

Sabrina Carlini (a la derecha), con una amiga, frente a la tumba de Carlos Gardel.
“Para mí, el tema de la migración siempre fue central –cuenta–. Participé en proyectos de educación para el desarrollo, hice un curso de especialización en migraciones en la Untref...”.
Sabrina siente que ahora se cierra un ciclo. “Hace pocos días, ordenando unas cajas, encontré fotos viejas sacadas en la tumba de Gardel, en el cementerio de Chacarita –cuenta–. Y sentí la necesidad de volver. Esta vez con mi hijo Valentino, que ya es adolescente, y se tatuó en un brazo el título de un famoso tango de Gardel: Mi Buenos Aires Querido. Le transmití mis mismas pasiones”.
¿Y ahora? Sabrina siente que está lista para proyectarse en una nueva dimensión. “Que todavía no visualizo –dice–, pero siento la necesidad de moverme, aunque no sepa cómo. Seguramente, volver a sorprenderme, como cuando llegué acá hace 25 años”.