MONTEVIDEO – El 28 de marzo de 2025 el gobierno italiano aprobó un decreto ley que introduce cambios significativos en la normativa sobre ciudadanía. Presentado en conferencia de prensa por el canciller Antonio Tajani, el proyecto limita el automatismo del ius sanguinis (el derecho a la ciudadanía por descendencia) y exige además un “vínculo efectivo” con Italia.
En concreto, solo podrán obtener el reconocimiento automático de la ciudadanía los hijos o nietos de ciudadanos italianos nacidos en Italia, o con un antepasado que haya residido en el país al menos dos años antes del nacimiento del solicitante.
Esta reforma generó preocupación en las comunidades de descendientes en el exterior. En Uruguay, donde más del 40% de la población tiene raíces italianas, la ciudadanía representa mucho más que un reconocimiento legal: es un lazo cultural profundo.
En ese contexto se inscribe el análisis crítico del politólogo uruguayo Oscar Bottinelli, profesor titular de Sistema Político y Electoral en la Universidad de la República, presidente del grupo Amici d’Italia en Uruguay, presidente honorario del Centro Cultural Dante Alighieri del Uruguay y comendador de la Orden de la Estrella de Italia.
Según Bottinelli, desde el punto de vista técnico, también es “un ejemplo de mala praxis legislativa” introducir una modificación de este calibre “de apuro y por decreto ley”.
Mientras que los cambios anteriores en la materia eran de orden práctico o administrativo, lo que ahora se pretende es “un cambio teórico enorme, el mayor desde el nacimiento del Estado unitario”.
Una propuesta de implicancias profundas, que Bottinelli considera producto de una mirada miope.
Italia ha aplicado históricamente el principio del ius sanguinis, que reconoce la ciudadanía hereditaria -el politólogo propone el neologismo ius geneticae “porque el ‘sangre’ es una metáfora quizás ya superada”- mientras que países como Argentina o Estados Unidos aplican el ius soli, que otorga la ciudadanía por el lugar de nacimiento. Otros países, como Uruguay, reconocen ambos principios.
Como explica Bottinelli, en Italia no se adquiere la ciudadanía por haber nacido en el territorio, sino que se hereda.
“El hijo de un italiano nacido en el exterior ya es italiano, incluso si no tiene los papeles; no se convierte en ciudadano a través de un trámite formal”, como sí ocurre con los extranjeros residentes en Italia. Cuando va al consulado, “no pide la ciudadanía, la hace reconocer”.
Distorsionar este principio fundamental, advierte Bottinelli, no es solo un error técnico, sino un problema conceptual que afectará a muchísimas personas.
De hecho, el decreto introduce un criterio de “proximidad territorial” como condición adicional para obtener la ciudadanía.
En la práctica, la propuesta vincula el derecho a la ciudadanía con el hecho de que el antepasado haya vivido en Italia, subordinando el principio del derecho de sangre al del derecho de suelo, y mezclando ambos.
“Esa confusión no existe en ningún sistema jurídico del mundo”, sostiene Bottinelli, que considera esta innovación como “una grave anomalía”.
Según el experto, la reforma promueve una visión más cerrada de la ciudadanía, que podría excluir a muchos descendientes que nunca vivieron en Italia pero mantienen un lazo cultural y emocional con la tierra de sus antepasados. A la vez, sigue sin reconocer como italianos a los hijos de inmigrantes nacidos en Italia.
“Italia se convertiría así en el único país del mundo que exige dos condiciones a la vez: ser hijo de italianos y haber nacido en territorio italiano”, explica Bottinelli, concluyendo que con esta lógica el país “se achica”, justo cuando atraviesa un fuerte declive demográfico.
Bottinelli también cuestionó las declaraciones del ministro Tajani, quien durante la presentación de la reforma subrayó “las ventajas del pasaporte italiano”, sugiriendo que quienes lo obtienen acceden a ciertos privilegios.
“Me llama la atención que esas afirmaciones vengan de un canciller, porque evidentemente no está bien informado”, retruca Bottinelli, señalando que en muchas regiones del mundo el pasaporte sudamericano -en particular el argentino, el uruguayo y el brasileño- resulta incluso más ventajoso.
El pasaporte sudamericano, explica Bottinelli, ofrece beneficios significativos para ingresar sin visa o con costos reducidos a muchos países fuera de la Unión Europea, América del Norte y Oceanía. Esto aplica tanto a potencias como Rusia, China y Reino Unido, como a la mayoría de los países de África, Asia y América Latina.
Incluso en países cercanos a Europa, como Turquía, “el pasaporte uruguayo permite ingresar sin pagar, mientras que el europeo exige una tasa”, remarca.
La crítica de Bottinelli también apunta al cambio que esta reforma implicaría en la relación entre Italia y sus comunidades en el exterior. Señala que “hay italianos en el mundo que, con o sin ciudadanía reconocida, han transmitido a sus hijos la cultura italiana, sus valores, su identidad y sentido de pertenencia”, y que ese vínculo “es completamente ignorado y negado”.
Esto se ve con claridad en países como Uruguay, donde muchas personas, sin tener la ciudadanía italiana, conservan vivos los lazos con la cultura italiana a través del idioma, la comida, y las tradiciones.
Bottinelli menciona como ejemplo al presidente uruguayo Yamandú Orsi, que tiene raíces italianas, al igual que la vicepresidenta y el 40% de ministros y parlamentarios del país.
“Italia podría encontrar una gran oportunidad en esta red de personas que se sienten unidas a ella por raíces, historia y cultura”, subraya Bottinelli. Pero en lugar de fortalecer ese vínculo, “la reforma parece empujar al aislamiento”.
Para el politólogo, esta visión es inadecuada en el contexto geopolítico actual, con una Europa que pierde protagonismo global y países como Brasil -con una fuerte presencia de descendientes italianos- que emergen como potencias capaces de dialogar de igual a igual con Estados Unidos, China, Rusia e India.
En un mundo donde Europa va quedando cada vez más relegada, Italia corre el riesgo, según Bottinelli, de perder la oportunidad de reforzar los lazos con sus comunidades en el exterior, sobre todo en América del Sur. El decreto, afirma, “parece partir de una visión de una Europa poderosa que ya no existe. Es una mirada obsoleta, eurocentrista, que lleva a Italia a encerrarse en sí misma”.
Bottinelli también advierte que, en los últimos diez o quince años, Italia cambió su enfoque hacia sus comunidades en el exterior, y que esta reforma corre el riesgo de ignorar por completo la dimensión cultural e identitaria de ese vínculo.
“La conexión entre Italia y sus comunidades no es solo económica o política, también es cultural, está ligada a tradiciones y raíces que se transmiten de generación en generación”, afirma.
Por eso, concluye, “no se puede reducir la ciudadanía a una cuestión burocrática”, y destaca que la identidad italiana está presente en la vida cotidiana de muchas más personas que las que participan en asociaciones formales de la colectividad.
En Uruguay, por ejemplo, la cocina italiana -como la pasta o los ñoquis- es parte central de la cultura local. Bottinelli advierte que sería un error reducir este vínculo a una mera formalidad administrativa.
Como ejemplo personal, cuenta que su hija intentó obtener el pasaporte italiano para reconectarse con sus raíces familiares en Como. Un gesto que, para él, demuestra que el deseo de vincularse con Italia va mucho más allá de lo práctico.
“No se trata solo de un documento, sino de un vínculo que hay que preservar para las futuras generaciones”, concluye Bottinelli.