BUENOS AIRES – Se declaran una “banda familiar”. La definición es bastante acertada: de ocho integrantes del Grupo Giorno, seis son parientes y tienen el mismo apellido –Impieri– del que se sienten orgullosos como de una marca.
“Todo empezó cuando yo era todavía un niño – dice Claudio, acordeonista, teclista y director de orquesta– cuando mi padre, originario de Cosenza, iba con el acordeón, una especie de acordeón pequeño, a tocar en las fiestas de los calabreses y otros inmigrantes”.
Fue Don Salvador quien enseñó a tocar a su hijo. Él, de 17 años, desembarcó en el puerto de Buenos Aires con una valija y la esperanza de un futuro mejor en América. Y un nombre, Salvatore, que luego se convirtió en Salvador.
“Durante mi adolescencia, en plena rebeldía, me lancé a la música moderna –dice–. Pero luego volví a mis orígenes y retomé el acordeón, acompañando a importantes músicos de la comunidad ítalo-argentina, como Filippo Vazza”.
Hoy, a sus 57 años, Claudio reunió a miembros de su familia y con Grupo Giorno realiza almuerzos sociales, cumpleaños, aniversarios de bodas y diversas celebraciones de la comunidad.
La banda está formada por sus dos hijos, Luciano y Tiziana (30 y 21 años respectivamente, ambos cantantes), su hermano Christian (veinte años menor, que se encarga del sonido y la percusión), las dos hijas de Christian (Julieta y Sofía, de 10 y 11 años, que se están formando como vocalistas).
Los únicos “externos” a la familia Impieri, pero aún así de apellido y corazón muy italianos, son el guitarrista José Pezzarini y el baterista Jorge Amalfitano.
Don Salvador, que hoy tiene 84 años, todavía acompaña al grupo en sus salidas, a veces con su acordeón, a veces con apoyo artístico y sabios consejos.

El fundador, Salvador Impieri.
Trabajar con la familia significa apoyarse mutuamente, pero a veces resulta difícil no sacar a escena conflictos privados y viceversa. ¿Cuál es el secreto para “no reventar”? Claudio no tiene dudas: “Habla, habla siempre por si no coincidimos en algo”.
El repertorio del Grupo Giorno se compone de canciones populares y dialectales (Calabresella, La Romanina, 'O surdato' nnamurato...), canciones clásicas de los años sesenta (como Non ho l'età y Zingara), pero también piezas de cumbia.
“Nos basamos en dos principios – explica –. No faltar el respeto a los italianos y a Italia y hacer divertir a los jóvenes, los hijos de los italianos, porque no hay nada peor que una fiesta en la que toca la banda y nadie baila”. Por eso, subraya, “la cumbia para nosotros es un 'mal necesario', porque llena la pista de baile”.
Claudio, que ha estado varias veces en Italia, se sorprende de cómo en nuestro país ya no se escucha a los legendarios"de aquella época" -como Rita Pavone, Gigliola Cinquetti, Iva Zanicchi, Massimo Ranieri y el pequeño Tony-, mientras que en Argentina también son revividas por radios generalistas y no sólo programas dedicados a los legendarios años sesenta.

El anuncio de la próxima presentación de la banda.
Se jacta en broma de conocer toda Italia da Trieste in giù (desde Trieste para abajo), sólo por citar un éxito de Raffaella Carrà (conocida en Argentina con el título “Hay que venir al Sur”).
“La última vez, en octubre, recorrí todo el Sur kilómetro a kilómetro”, cuenta. Y enumera las etapas del viaje: Pescara, la costa adriática de Puglia hasta Santa Maria di Leuca, en el talón de la bota, luego Matera, un paso por Sicilia, para subir desde Calabria y visitar el pueblo donde nació su padre, Belvedere Marittimo (Cosenza).
Un homenaje a los orígenes, la brújula que nos ayuda a entender quiénes somos en cualquier parte del mundo.