BUENOS AIRES – Palabra clave: volver a la diplomacia. Así fue como Rafael Mariano Grossi presentó su candidatura como secretario general de la ONU para el período 2027-2031, en un evento organizado en La Rural de Buenos Aires por el CARI (Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales), el principal think tank del mundo hispanohablante.

Diplomático de carrera, ex embajador en Austria (entre 2013 y 2019, designado por Cristina Kirchner), es actualmente director general del Organismo Internacional de Energía Atómica, en su calidad de experto en seguridad, no proliferación nuclear y desarme.

Es allí donde demostró su compromiso con la paz y el diálogo. Trabajó para que la guerra entre Ucrania y Rusia no derivara en un plano nuclear. Logró que los inspectores del OIEA fueran readmitidos en Irán, luego de haber sido expulsados. Consciente de que los problemas globales requieren la capacidad de considerar los matices, es el único occidental capaz de dialogar con el líder norcoreano Kim Jong-un.

Es el hombre de Cristina que también le gusta al presidente Javier Milei. En la ceremonia, de hecho, estuvo presente el canciller Pablo Quirno, recientemente nombrado por Milei y amigo personal suyo, quien le confirmó el apoyo total del gobierno.

“La candidatura de Grossi –dijo– no es un ejercicio oportunista, sino un aporte al debate sobre el multilateralismo”. Y recordó cómo también Milei cree en el sistema multilateral, aunque con la necesidad de fijar claramente las prioridades. “En ese sentido –concluyó el ministro– Grossi podrá jugar un rol decisivo en la revitalización de las Naciones Unidas”.

El canciller Pablo Quirno. (foto: F. Capelli)

Sobre el hecho de que esa revitalización es muy necesaria, Grossi no tiene dudas. “Estamos viviendo tiempos de conflictos –afirmó–. No de las naturales tensiones geopolíticas, sino de verdaderas guerras”.

Guerras en todas partes, desde Sudán hasta el Sahel, pasando por Ucrania. “La ONU es la gran ausente –acusó–. Y sin embargo nació justamente para resolver los conflictos, o al menos para mitigarlos. Para lograr que dos beligerantes dialoguen es necesario volver a la diplomacia: hablar con todos y hacerlo sobre la línea del frente”.

Es el único modo de recuperar credibilidad. “Recordemos que los países contribuyen con el dinero de sus contribuyentes –declara–. Tienen derecho a saber cómo se utiliza”.

Es consciente, entonces, de la crisis de la institución. “En este momento la ONU no es popular –admite–. En el mejor de los casos, te dicen que fue superada por otras instancias, como el G7, el G20 o los BRICS. Pero atención: en el mundo hay más de 10 millones de refugiados y desplazados; para ellos solo existen los operadores de ACNUR (la agencia para los refugiados, ndr)”.

A la espera de conocer el dictamen de la comisión, Grossi continúa con su trabajo en el OIEA. En marzo estará en Moscú y luego volverá a Irán.

Responde a los periodistas mientras a su alrededor se desata el caos: personas que quieren un autógrafo o sacarse una selfie con él, amigos que lo abrazan, conocidos que le recuerdan cuándo se conocieron. Alguien le pone en las manos la bandera del club de fútbol del que es ferviente hincha: Estudiantes de La Plata.

Consultado sobre la escalada militar entre Estados Unidos y Venezuela en el Caribe, sostiene que es el ejemplo clásico de una situación en la que es necesario volver a hablarse. Y una vez más devuelve el conflicto al terreno de la diplomacia.

Ante la pregunta de Il Globo sobre qué piensa del caso de Francesca Albanese, la funcionaria de la ONU encargada de informar sobre la situación en la Franja de Gaza y sancionada por Estados Unidos, responde con una broma: “Todavía no me convertí en secretario general y ya me preguntan estas cosas”. Pero luego no esquiva el tema. Y llega la respuesta (diplomática): “Cualquier funcionario de las Naciones Unidas debe tener una gran coherencia y medir cada palabra”.