BUENOS AIRES – Nació en San Francisco, provincia de Córdoba, y creció –dice– “a base de leche y bagna càuda”.
La familia de Paulo Botta, politólogo, es originaria de Busca (Cuneo), donde el apellido es bastante común.
“De ahí son mis bisabuelos, que llegaron a la Argentina con todos sus hijos, menos mi abuelo, que nació acá –dice–. Él se quedó en el país, mientras los demás hermanos regresaron a Italia y se establecieron definitivamente en Alba, también en la provincia de Cuneo".
Paulo se licenció en Relaciones Internacionales en la Universidad Católica de Córdoba, se doctoró en la Complutense de Madrid con una tesis sobre las relaciones entre Argentina e Irán y, durante algunos años, trabajó en un centro de estudios políticos entre Madrid y Bruselas. “Con muchos colegas italianos”, subraya.
En 2011 regresó a Argentina, pero esta vez a Buenos Aires, donde hoy enseña en la Universidad Católica y en la UNDEF (Universidad de la Defensa, que depende del Ministerio de Defensa, pero que está abierta a todo tipo de público). En ambas instituciones se ocupa de las relaciones entre Argentina y Medio Oriente.
Desde 2018 también es investigador no residente en el Institute for Global Studies de Roma, especializado en las relaciones entre Italia y Oriente Medio.
¿Qué puede aportar Argentina a este diálogo? “No mucho, lamentablemente”, responde en tono de broma. Sin embargo, es un país con una comunidad judía muy grande y con 70 mil ciudadanos argentinos viviendo en Israel. Y la comunidad árabe también es importante.
“Argentina mantuvo hasta ahora una posición equidistante que podría facilitar un papel de mediación en el conflicto árabe-palestino –afirma–. Pero el país tiene en este momento muchos otros problemas que resolver".
Y eso es una pena. “Porque entre los argentinos nos insultamos por la política, el fútbol, la pizza, pero nunca por el origen familiar y la religión”, afirma.
Sin embargo, pertenecer a la comunidad italiana hace que la cuestión de la identidad sea más compleja.
“Porque también entra en juego la región de origen de la familia”, afirma. No es casualidad que exista un término italiano intraducible, "campanilismo", que indica el sentimiento de fuerte pertenencia a un territorio muy limitado, que permanece en la sombra proyectada por el campanario parroquial.
“Yo, por ejemplo, crecí en una familia 'muy piamontesa' –dice Paulo–. Para nosotros los peores insultos son fannullone (vagos) y mani bucate (un concepto que se refiere a personas que malgastan el dinero, como si se les escapara de las manos). El ahorro y el trabajo son los principios clave". Luego está la importancia de la religión, el papel de los salesianos de Don Bosco en Argentina, la devoción a la Virgen de la Consolata, patrona de Turín.
¿Cómo podemos explicar esta preponderancia de la identidad regional sobre la identidad nacional?
“La mayoría de las familias llegaron aquí cuando el Estado italiano era aún muy joven y el sentimiento de pertenencia no era fuerte”, responde. Tanto es así que muchos ni siquiera hablaban el idioma, sino el dialecto.
El conocimiento del idioma funciona como factor unificador. Tanto es así que Paulo, padre de una niña de 8 años, no sólo quiso transmitir la ciudadanía a su hija, sino que intenta fomentar los contactos con el italiano, incluso de forma informal.
“A veces tengo la sensación de que la cuestión de la ciudadanía es una espina clavada para todos –admite–. Los jóvenes están especialmente interesados en tener un pasaporte que facilite el viaje o la emigración a Europa. Pero tampoco es que el Estado italiano se preocupe mucho por nosotros".
Este diálogo ausente conduce a un desperdicio de recursos.
“Quién sabe cuántos profesionales, abogados, investigadores, científicos podrían facilitar el diálogo entre los dos países, aunar recursos y abrir oportunidades de colaboración”, observa Paulo. Como el caso del físico Conrado Varotto, de Padua, durante muchos años director y ahora consultor de Conae, la agencia espacial argentina.
“En cambio, Roma sólo aparece enviándonos sobres durante las elecciones –continúa–. Muchos italoargentinos no conocen el sistema político ni los partidos italianos y no tienen idea a quién votar. Y los italianos no entienden el significado de nuestro voto".
Para Paulo Botta la responsabilidad debe dividirse a la mitad.
“Somos dos países muy cercanos, pero parece que no quieren saber nada el uno del otro. Como hermanos que se distancian y no se hablan durante años". Y esto se traduce en una pérdida de oportunidades por ambas partes.