BUENOS AIRES – Silvia De Bin tiene 90 años y, desde su mesa en el salón de fiestas de la Sociedad Trevisana de Buenos Aires, cuenta su receta para una vida larga: “Medio vaso de vino al mediodía, comida sana y dejar que los problemas te resbalen”.
Ella llegó joven a la Argentina, pero todavía recuerda la casa donde vivió la primera parte de su vida: “en via Dalmazia número 2”, en Vittorio Veneto (Treviso).
En la sede de la Sociedad Trevisana se reunieron 300 personas para participar del almuerzo dominical que la asociación organiza cada dos meses. “Acá se come la mejor lasagna trevisana de la Argentina –asegura Edoardo Durante–. Por eso cada vez tenemos todo lleno”.
Edoardo, de 93 años, es el socio más antiguo de la comisión directiva. Nació en Montebelluna, también en la provincia de Treviso, y llegó a la Argentina en 1948, a los 15 años, después de la guerra. De aquella época, dice, “todavía conservo un recuerdito”: una lesión en un dedo, producto de un bombardeo, cuando tenía apenas 12 años.
“El primero en emigrar fue mi padre, después lo seguimos nosotros, los hijos”, cuenta, evocando “los primeros años difíciles”, en un país lejano y con un idioma desconocido. “Yo había estudiado francés –explica–. Así que fui a la escuela de español, terminé la secundaria y después me anoté en Ingeniería. Cursé tres años, pero después me casé, trabajaba en un banco, llegaron los hijos… Ya no tuve tiempo y nunca me recibí”.

Edoardo Durante, con el león de San Marco, símbolo del Véneto. (foto: F. Capelli)
El menú del día incluye un chorizo con verduras, una porción de lasagna, una tapa de asado y, de postre, el infaltable tiramisú (nacido justamente en Treviso durante el Risorgimento) y los crostoli, otro dulce típico (en otras regiones de Italia se los llama chiacchiere, frappe o sfrappole: una masa fina y dulce, frita y espolvoreada con azúcar impalpable).
Entre plato y plato, el ambiente se mantiene animado gracias a Alberto Daizen, cantante y acordeonista, que hace bailar a todos con clásicos italianos: Piemontesina bella, Marina, una versión swing de Volare, O sole mio, la inevitable Notti magiche y una incursión lírica con Libiamo ne’ lieti calici, de La Traviata. El repertorio, como es tradición, cierra con Quel mazzolin di fiori, canto popular de fines del siglo XIX, revivido en 1972, en plena época de revival del folklore, por Gigliola Cinquetti, nacida en el Véneto.
Desde su mesa, Edoardo observa el salón. “Qué lindo ver a la gente divertirse, comer, cantar, bailar y sentirse en familia”, murmura, con los ojos brillando al cruzarse con los de su nieta Rocío, de 16 años, que ayuda a servir en el salón, “la quinta nieta que trabaja para la asociación”, subraya orgulloso.
El almuerzo, sin embargo, él casi no lo disfruta. Cada cinco minutos alguien se detiene en su mesa para pedirle indicaciones o instrucciones. Y no es para menos: conoce esa sede mejor que su propia casa. Nos muestra los detalles de las terminaciones, la sala de reuniones, los estandartes de las numerosas asociaciones vénetas e italianas con las que han tenido intercambios, y la placa con los nombres de los primeros presidentes. Cuenta que antes elaboraban vino y grappa (todavía se conservan la prensa y las cubas), una costumbre abandonada por falta de recambio generacional, el gran problema de casi todas las asociaciones de la colectividad.
Entre los comensales está también Sergio Siciliano, legislador de la Ciudad de Buenos Aires (Pro), junto con toda su familia. “Acá encontramos el ambiente de las fiestas familiares de mi infancia –dice–. Mis padres son de Reggio Calabria; mi papá nació allá, algo poco común para un ítaloargentino de mi generación (tiene 41 años, n. de r.)”.
Conoció la Trevisana durante la campaña electoral. “Caminaba por el barrio para escuchar a los vecinos y sus problemas, y entré a la sede –cuenta–. Estaba reunida la comisión directiva y me contaron sobre una deuda con el gobierno de la ciudad que se venía acumulando desde hacía años”.
La cifra original era mínima, pero por falta de manejo del responsable –una persona muy mayor, poco familiarizada con los trámites online– nunca se había saldado y terminó convirtiéndose en una suma impagable.
“El ordenamiento jurídico permite en casos como este, donde es evidente la buena fe, presentar una ley para condonar la deuda –explica–. Así lo hice y logramos aprobarla. De otro modo, la deuda los habría hundido y no podríamos seguir disfrutando de domingos como este”.
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