BUENOS AIRES - No quería ser periodista. Quizás porque el oficio formaba parte de la familia de Francesca Ambrogetti. Y cuando uno es joven, se sabe, se suele buscar un camino propio, opuesto al de los padres, cuya profesión había traído a Francesca, cuando era niña, a Buenos Aires.

“Mis padres eran periodistas –dice–. Estudié ingeniería, era la única mujer en el aula. Cuando había alboroto en el aula el profesor sólo me regañaba a mí, exclamaba “señorita” enojado. Mi sueño era ser profesora".

El periodismo la golpeó en 1972, cuando dio la noticia, primero en Italia, del golpe de Estado en Chile contra Salvador Allende, gracias a un enlace radial que le informaba en tiempo real de lo que sucedía en Santiago. 

“Podía escuchar los aviones –dice, mientras una sombra pasa por sus ojos al recordar aquellos días–. Luego se transmitió un comunicado del ejército y me di cuenta de que todo había terminado”.

Francesca explica lo que significó la elección de Allende, un socialista que llegó al poder a través del voto popular. Un sueño de un mundo más justo que concernía no sólo a un lugar, América Latina, sino también a una época, a toda una generación de jóvenes que intentaban llevar a cabo un ideal, un proyecto, una utopía.

La carrera de Ambrogetti se desarrolló casi íntegramente en ANSA de Buenos Aires, donde era la responsable.

“No nos limitábamos a hacer cables de agencia –recuerda–. Teníamos también servicios especiales, con notas de producción e historias. Incluso me invitaron a seguir a las tropas argentinas durante la guerra de Malvinas, pero tenía dos hijas pequeñas y no podía hacerlo".

El encuentro que marcó su vida profesional y personal fue el que mantuvo con Jorge Bergoglio, que luego se convertiría en Papa Francisco, cuando aún era arzobispo de Buenos Aires.

“En 2000 yo era presidenta de la Asociación de Corresponsales Extranjeros y empezábamos a percibir señales de la crisis que llevaría al default de 2001”, afirma. Entonces, pensó en organizar encuentros con personalidades del mundo político, cultural y social argentino, para entender -como debe hacer todo buen periodista- lo que pasaba en el país.

La pobreza, en niveles altísimos, afectaba cada vez a más personas.

“Me parecía que para comprender la situación era necesario hacer un debate con la Iglesia –explica–. Conseguí contactar a Bergoglio, o mejor dicho con el padre Jorge, como se presenta él incluso hoy que es papa, y lo invité a una reunión en la asociación".

Al principio, como todo piamontés tímido, no aceptó la propuesta. Pero Francesca no se rindió. Movió cielo y tierra hasta que lo convenció. Recuerda perfectamente sus primeras impresiones acerca de él.

“Me dije a mí misma que había un pensamiento detrás de su figura oficial y encontré un sentimiento de gran humanidad en él –afirma–. Era una persona que sabía escuchar y muy amable. Queríamos enviar un coche a recogerlo a la Curia y se negó, porque estaba acostumbrado a viajar en transporte público".

El encuentro marcó un antes y un después para muchos periodistas. Un colega le preguntó: "¿Pero estamos seguros de que este es un cardenal?". El corresponsal ruso comentó: “Vale la pena escuchar a sacerdotes como éste”.

A Francesca le llamó la atención una mezcla de cultura (la jesuita), sencillez (la del hijo de inmigrantes piamonteses), sabiduría y de una ingenuidad casi desarmante.  

“Tenía la sensación de haber visto sólo la punta del iceberg –dice Ambrogetti– y que todavía quedaba mucho por descubrir”.

Decidió involucrar a su colega Sergio Rubín en un proyecto de un libro-entrevista. Se inició un largo proceso de negociación que duró desde 2001 hasta 2006. “Al principio Bergoglio nos dijo que no, pero después nos entregó las carpetas con todas sus homilías para que las utilizáramos”, afirmó.

Pero esto no era lo que Francesca quería. Suponía hacer un frío trabajo de recopilación pero ella quería profundizar más.

Finalmente obtuvo una entrevista donde Bergoglio habló libremente durante una hora. Lo había conseguido.

Fijaron un calendario de encuentros y durante un par de años, con frecuencias preestablecidas, Francesca y Sergio recogieron los pensamientos, recuerdos y reflexiones teológicas, pero también políticas y sociales, del futuro Papa.

Nació así el primer libro El jesuita (editado por Vergara) al que siguió, luego de su elección como Papa, El pastor (Ediciones B), este último traducido a Italia por Salani con el título Papa Francesco.

La portada de uno de los libros de Francesca Ambrogetti y Sergio Rubín.

El encuentro con Bergoglio fue sin duda en más importante en la vida de esta periodista, desde el punto de vista profesional y humano. Y no podía ser de otra manera, independientemente de las creencias personales en cuanto a fe y espiritualidad.

“El Papa Francisco sigue siendo el padre Jorge, el que llama por teléfono personalmente, sin secretarios de por medio. Un piamontés nacido en Buenos Aires –comenta Francesca–. De él y de nuestra larga relación aprendí algo importante: a transitar la paciencia. Que no es una espera pasiva, sino un ejercicio de voluntad. Y siempre le estaré agradecida".