MADRID – Superó indemne cincuenta años de carrera y de cambios políticos, en España y en el resto del mundo. Hoy, si existe un personaje igual a sí mismo desde hace cincuenta años, capaz de atravesar sin sobresaltos los años 70, 80 y 90 y de cruzar el siglo y el milenio, ese personaje es Julio Iglesias.

Sonriente, bronceado, carismático. “En las fotos de hoy, respecto de las de los comienzos, solo tiene algunas arrugas más”, dice Ignacio Peyró, escritor y periodista español, que al cantante de Soy un truhan, soy un señor le dedicó el libro Carisma – La vida de Julio Iglesias, la historia de una generación, recién publicado por Ponte alle Grazie.

¿Quién es Julio Iglesias? ¿El símbolo del declive del franquismo o el emblema de la incipiente democracia española? “Es un producto de la cultura popular del tardofranquismo –dice el autor–. Es un franquista ortodoxo, hijo de un falangista, que en un momento cambió la camisa negra por la Lacoste”.

Lanzado en 1968 en el festival de Benidorm (cerca de Alicante), donde además durante su infancia había pasado con su familia las vacaciones de verano, llega al éxito en 1972 con Un canto a Galicia. Una decena de años después, gana el Guinness de los récords como el cantante de lengua española con más discos vendidos en el mundo y con más versiones multilingües de sus canciones.

Después de la muerte del dictador Francisco Franco, en 1975, sobrevive al cambio político incorporándose a ese grupo de personajes positivos (la cantante-actriz Ana Belén, abiertamente de izquierda; el tenor Plácido Domingo; la soprano Montserrat Caballé; incluso el cuervo Rockefeller) que la España del regreso a la democracia promovió para mejorar su imagen europea. Y propiciar su ingreso en lo que entonces era la CEE (como se llamaba la UE), concretado en 1986.

“La apertura de España fue muy celebrada a mediados de los años 80 –dice Peyró–. No era fácil prever en qué se convertiría España después de la muerte del Caudillo, en 1975: ¿democracia, monarquía absoluta, franquismo sin Franco?”.

Ignacio Peyró (foto: Daniel Ibañez)

Mientras Iglesias cantaba, el rey Juan Carlos I desbarataba un intento (por cierto pintoresco) de golpe de Estado, el 23 de febrero de 1981, y el 10 de septiembre de ese año regresaba al país el Guernica de Pablo Picasso, para respetar el testamento moral del pintor (muerto en 1973), que había pedido que su cuadro más político volviera solo cuando España se convirtiera nuevamente en una democracia. En 1982, en la final del Mundial de fútbol, Sandro Pertini –en el palco de honor junto al rey– se levanta de un salto festejando el segundo gol de Marco Tardelli en la final contra Alemania.

Iglesias fue amigo tanto de los Reagan como de los Clinton, cantó para François Mitterrand y se acercó a Nicolas Sarkozy. Indemne a las modas y a los volantazos políticos: le alcanzó con sacarse la camisa negra y ponerse la Lacoste.

“Julio es uno de esos pocos personajes que está exactamente donde soñaba llegar a los 20 años”, dice Ignacio. Y sin embargo, justamente a esa edad estuvo a punto de morir por un sarcoma en la columna vertebral que truncó su carrera como futbolista: jugaba en en la división juvenil del Real Madrid y hasta había atajado un penal al famoso futbolista argentino (nacionalizado español) Alfredo Di Stéfano.

“Si está vivo se lo debe al padre, Julio Iglesias Puga, un fidelísimo de Franco, pero también un gran médico –continúa Peyró–. Confió en sus propias intuiciones, recurrió a especialistas en quienes confiaba. Gracias a él, Julio tuvo acceso a las mejores curas, sobre todo teniendo en cuenta la época. Pero no pudo volver a jugar y por eso se dedicó a la música”.

Los diarios, en sus comienzos, atribuyeron la interrupción de la actividad deportiva a un accidente. “Porque resultaba más glamoroso –explica Peyró–. Es el inicio de esa construcción de una ‘marca personal’ de la que Julio fue un precursor”.

No solo eso. “Con él, con sus historias de amor, su estilo de vida de playboy, nace la prensa rosa en España –agrega–. Hoy los textos de sus canciones no serían aceptados”. Y mucho menos por un público femenino: serían considerados ejemplos de masculinidad tóxica. Empezando por Si me dejas no vale, Hey! y obviamente Soy un truhan, soy un señor.

A partir de mediados de los noventa, los Iglesias pasan a ser dos. Enrique, uno de los hijos que tuvo con Isabel Preysler, sigue los pasos del padre, logrando –a diferencia de tantos hijos de artistas– crearse un espacio propio y autónomo. “Tanto es así que si le preguntamos al público ‘¿Cuál es el Iglesias de tu vida?’, quien nació antes de 1990 responde Julio, quien nació después dirá Enrique”, observa Peyró.

Hoy, a los 82 años, los problemas en la columna vertebral parecen haber regresado, en forma de un tumor, esta vez benigno, pero que le impide una buena movilidad.

¿Qué queda del Julio Iglesias de entonces? O mejor dicho, del Iglesias icónico, inmutable y en cierto sentido inmortal? “Una cierta cantidad de canciones que entraron en la historia –concluye Peyró–. Y un gran mérito ‘político’: haber dado visibilidad, gracias a su amistad con varios presidentes y a sus letras en español, al componente latino de la población estadounidense”.

No por nada, tiene una estrella en Hollywood y un día oficial, el 8 de septiembre, en Miami (la más latina de las ciudades estadounidenses). La fecha fue elegida en memoria de un reconocimiento recibido el 8 de septiembre de 1997, fuertemente impulsado por el entonces alcalde republicano Joe Carollo. Casualidad o no, nacido en Cuba.