BUENOS AIRES – Una tarde para hablar de libros, historias, lengua, dialectos y traducciones. La protagonista fue la escritora italiana Viola Ardone, de visita en Buenos Aires gracias a un proyecto de la institución Dante Alighieri de Ramos Mejía realizado con el apoyo de la sede central de al Dante Alighieri en Italia.

El título del encuentro: Las mil y una lenguas en las novelas de Viola Ardone. Se realizó en el aula magna de la Escuela de Lenguas Modernas de la Universidad del Salvador el 6 de agosto, y les dio a docentes y estudiantes de la carrera de Traducción en italiano la oportunidad de tomar contacto directo con las cuestiones teóricas vistas en clase. También participó, desde Barcelona, Silvia Querini, traductora al español de Viola.

El clima fue el de una charla informal entre amigos, y no el de una conferencia académica. Hubo sugerencias, anécdotas, recuerdos e intercambio de observaciones entre escritora y traductora, con respeto y reconocimiento mutuo.

En el centro de la conversación estuvieron dos libros de Viola: Oliva Denaro, un anagrama del nombre de la autora (“Porque el personaje tiene mucho de autobiográfico, pero al mismo tiempo no soy yo”, aclara Viola) y, sobre todo, El tren de los niños (ambos publicados por Einaudi).

Viola Ardone en la Universidad del Salvador.

Este último cuenta una historia real del período de posguerra, cuando —por iniciativa del PCI— un grupo de niños muy pobres de Nápoles fueron alojados durante cerca de un año en casas de familias de Módena afiliadas al partido.

“No eran personas acomodadas, muchas veces eran apenas un poco menos pobres que las familias napolitanas a las que ayudaban –explica Viola–. Con los años nacieron amistades, en muchos casos el vínculo se mantuvo… Y sé de personas que se habían perdido de vista y, después de leer el libro, volvieron a buscarse y se reencontraron después de muchos años”.

El protagonista de la novela es Amerigo, un personaje ficticio que representa a uno de esos niños enviados al Norte, o mejor dicho, a la Alta Italia, como se la llamaba entonces. Toda su vida está marcada por la relación con su madre, una mujer dura, a veces distante, incapaz de mostrarle a su hijo cómo lo ama. Una mujer que, empujada por la pobreza, también toma decisiones cuestionables.

“No quería una madre perfecta, sino una madre real –explica Viola–. Una mujer con carácter, pero hija de su tiempo, de la educación que recibió y de las circunstancias materiales”.

La historia está narrada en primera persona por el propio Amerigo, primero como un niño de los “bajos” napolitanos y luego como un adulto y músico exitoso. “Por eso su voz tiene que cambiar –explica Viola–, para reflejar el crecimiento y las transformaciones que atraviesa un hombre”.

Y ahí es donde entra en juego la figura de la traductora, con su trabajo de devolver el sentido, la atmósfera y el aura de las palabras.

“El italiano de 1946 era muy distinto del italiano actual –explica Silvia Querini–. Así como es distinto el italiano que habla Amerigo niño del que usa el personaje ya adulto…” Eso también debe reflejarse en la traducción, que tiene que ser capaz de ofrecerle al lector una experiencia equivalente a la de quien lee el libro en italiano.

Silvia cuenta que se preparó leyendo autores españoles de la misma época en la que transcurre la novela. Y que, cuando los diccionarios no alcanzan, siempre se puede recurrir a un amigo nativo, idealmente de la zona, para pedir ayuda y asesoramiento con el dialecto.

“Después podés pasarte semanas trabada con una frase y la solución te aparece en la ducha –bromea–. Te aseguro que cuando eso pasa, el traductor se convierte en la persona más feliz del mundo”.