BUENOS AIRES – Paola Calcerano es un espíritu inquieto. Una mujer curiosa que, a lo largo de los años, se ha interesado en disciplinas diversas y aparentemente desconectadas. Pero que ha sabido unir en su vida cotidiana.
“Concibo mi vida como una performance artística”, explica Paola, que hoy está completamente dedicada a la realización de obras de arte interviniendo sobre materiales textiles. Su próximo proyecto es una serie de instalaciones que ocuparán todo su taller.
Antes de dedicarse al arte, Paola trabajó durante muchos años como psicóloga, especializada en evaluación y métodos de diagnóstico. Ejerció la profesión en el Hospital Italiano y en el sector de recursos humanos de grandes empresas.
Se graduó en la Universidad de Tucumán, ciudad argentina donde nació y creció, entre los limoneros de su familia, de origen siciliano.
Tanto su abuelo paterno, Vito Calcerano, como el materno, Salvatore Sinatra, emigraron de la isla italiana al norte de Argentina para trabajar en el campo. La generación siguiente logró realizar el sueño de tener tierras propias. Y hoy la familia sigue produciendo cítricos bajo el sol tucumano.
Como suele ocurrir en las familias de inmigrantes, a la tercera generación se le impuso seguir una formación profesional académica. Por eso, Paola estudió psicología, aunque sentía la vocación creativa desde su niñez. A pesar de que no era su sueño, su naturaleza curiosa la hizo apasionarse de inmediato por aquella disciplina y continuó cultivando su amor por el arte como pasatiempo.
Su recorrido en el estudio de la mente humana ahora condiciona su obra, que está fuertemente influenciada por presupuestos psicológicos. “La elección de usar elementos táctiles en mis creaciones, como las pieles sintéticas, tiene que ver con la relación entre el tacto y la falta de contacto afectivo”, afirma Paola.
Explica que, según algunos estudios, las interpretaciones del test de Rorschach (las famosas “manchas” de tinta, un test creado por el psicólogo suizo homónimo, que, entre otras cosas, era hijo de un pintor) pueden verse influenciadas por la sensación de aislamiento. En particular, si el sujeto ve animales con pelaje o alfombras en las manchas del test. Paola intentó investigar la relación entre estos resultados y las sensaciones táctiles.
“Desde un punto de vista personal, constaté este hecho con mi gato Italo, que es mi apoyo emocional en los momentos difíciles –cuenta la artista–. Me di cuenta de que acariciar su pelaje me relaja y tiene un efecto profundo en mi estado de ánimo”. Hace poco tiempo falleció su padre y el proceso de duelo apareció, en su arte, en forma de instalaciones con tul intervenido con rosas secas. “Con el arte puedo transformar el sufrimiento en algo bello e inteligente”, explica.
Después de la muerte de su padre también se ocupa de seguir adelante con el negocio familiar junto a su hermana. Pero el arte sigue siendo su ocupación principal, a pesar de que también participa en muchas actividades de la comunidad italiana.
El vínculo con la tierra de origen de su familia fue muy fuerte desde su infancia. “Mi madre tenía un diccionario con un mapa de Italia, en el que había visto el lugar de Paola, en Calabria –recuerda–. Desde ese momento me propuse conocer ese lugar y me obsesioné con Italia”.
En 2004 apareció en la puerta de su casa, en Tucumán, un primo que estaba visitando Argentina. Había encontrado una carta enviada por Vito a su abuelo y había buscado a los parientes de este lado del océano.
“Después de ese encuentro decidí estudiar el idioma y, cuando vine a vivir a Buenos Aires, comencé a tomar los cursos del Instituto Italiano de Cultura, con el profesor Massimiliano Romanelli. Algunos años después conocí a mi exnovio, italiano. Lo podía entender bien, pero al principio me costaba mucho expresarme en el idioma. Conseguí hablar de manera fluida cuando viví en Italia”, cuenta Paola.
“Tenía tres objetivos claros que quería alcanzar antes de los 35 años –bromea–. Visitar Italia, tener una historia de amor con un hombre italiano y hablar perfectamente el idioma”. Y lo logró. Celebró sus 30 años en Milán, donde vivió con su novio napolitano hasta 2013, y donde consiguió el reconocimiento de la ciudadanía.
Al final de esa relación sentimental Paola decidió regresar a Buenos Aires, para reencontrarse con los amigos artistas y la vibrante ciudad que había dejado por amor. “Me encantó vivir en Milán, pero adoro Buenos Aires”, aclara.
A su regreso a Argentina, sin embargo, no quería perder el contacto con la lengua y la cultura italianas, por lo que se acercó al grupo Circolo Giovane, constituido por los socios jóvenes del Círculo Italiano, y al Laboratorio de Ideas para la colaboración entre Italia y Argentina (LIIA), que era coordinado por la Embajada italiana.
Con el grupo LIIA colaboró en distintos proyectos, como la Encuesta de Presencia Italiana Contemporánea en Argentina (EPICA), sobre los jóvenes italianos que deciden vivir o estudiar en Argentina. Ofreció sus competencias profesionales para el programa Vicini Vinciamo, que daba apoyo psicológico a los ciudadanos italianos durante la pandemia, y sus habilidades artísticas para curar algunas exposiciones organizadas por la oficina cultural de la Embajada.
En 2021 fue candidata al COMITES de Buenos Aires por la lista Italia Viva, pero actualmente participa en la vida comunitaria solo desde el punto de vista cultural.
“El arte es un espacio libre de conflicto”, sentencia Paola, que decidió vivir una vida performativa, nombre que ha dado también a la serie de fotografías en la que es protagonista (Vida performática), la última de sus experimentaciones, siempre en busca de nuevas formas de expresarse.