BUENOS AIRES – El filósofo argelino Jacques Derrida, en su ensayo Políticas de la amistad (1994), sostiene que -cuando una persona muere- le corresponde a su mejor amigo seguir adelante con su recuerdo, convertirse en un “museo de la memoria”, recoger su legado espiritual y llevar a cabo los proyectos inconclusos.
Carlos “Calica” Ferrer es todo esto para Ernesto “Che” Guevara.
“Nos conocimos cuando Ernesto tenía cuatro años y yo tres –cuenta– en Alta Gracia”, donde Carlos había nacido y vivía con su familia, y donde los Guevara Lynch se habían mudado desde Buenos Aires, en busca de un clima más adecuado para la grave forma de asma que padecía el primogénito.
“Mi padre era un médico neumonólogo muy conocido, muy respetado en el campo de la tuberculosis, incluso le han dedicado calles –sigue Ferrer–. Al comienzo, los padres de Ernesto lo consultaron como médico, pero luego nació una amistad muy profunda. Para mí, Celia de la Serna fue como una segunda madre. Y Ernesto y sus hermanos iban y venían entre nuestras casas”. La de Carlos, muy organizada en horarios y actividades. La de Ernesto, más relajada y caótica.
“Mi padre siempre decía que el primer entrenamiento de Ernesto como combatiente había sido en Alta Gracia –bromea Ferrer–. Había aprendido a nadar en el río. Y cuando escuchábamos que le faltaba aire, lo llevábamos ‘a caballito’ nosotros los niños”.
Una relación que continuó incluso durante los años universitarios en Buenos Aires. “Entre nosotros lo llamábamos Chancho, por lo poco que le importaba la ropa y su apariencia, pero con las mujeres tenía un éxito increíble”, recuerda.
Carlos, con 96 años maravillosamente bien llevados, es un torrente de energía, anécdotas y testimonios. Con ellos llenó las páginas de varios libros, publicados por la editorial Marea: De Ernesto al Che (traducido a 17 idiomas), Los viajes del Che por Sudamérica (con Alberto Granado, otro gran amigo y autor de Los diarios de motocicleta, de donde se extrajo la película homónima) y el más reciente El mundo por delante (con Oche Califa y Gonzalo Gayoso). Este último es una mezcla entre un diario de viaje y un cómic, para acercar la figura del Che a un público joven.
“Gracias a estos libros pude ver el mundo –cuenta–. También estuve en Italia para una serie de presentaciones. Visité Venecia y la Universidad de Padua, que me impresionó mucho. Una experiencia maravillosa”.
Carlos es un testigo de la Historia. Y de muchas otras historias, más íntimas y privadas. Como el amor entre Ernesto y Chichina Ferreyra, heredera de una familia de la alta sociedad cordobesa (“Fue mi hermano quien se la presentó y le hizo jurar que se pondría una camisa limpia para la cita”). Una crisis asmática particularmente violenta en la frontera con Bolivia, durante un viaje que hicieron juntos cuando tenían veinte años (“Una cosa impresionante, nos asustamos mucho, pero él siempre llevaba consigo una jeringa de adrenalina lista para usar”).
Su relato está lleno de flashbacks, saltos temporales, consideraciones políticas… “Creo que si no hubiera muerto en Bolivia, hoy moriría de tristeza al ver cómo va el mundo”, reflexiona con una punta de amargura.
Ferrer visitó La Higuera, en Bolivia, donde el 9 de octubre de 1967 el Che fue fusilado.
“Hablé con la enfermera que lavó el cuerpo –dice Ferrer– y con la maestra que, la noche antes de la ejecución, le llevó una sopa caliente. Ernesto, con las manos esposadas, pudo comerla a cucharadas. Dicen que el sargento Mario Terán no encontraba el valor para dispararle y que tuvieron que darle pisco para que pudiera apretar el gatillo. El cuerpo presentaba el agujero de un solo proyectil, directo al corazón. Realmente espero que haya sido así y que no haya sufrido”.
Carlos muestra con orgullo la reliquia más preciada: una copia del diario de Ernesto, hecha en Bolivia (donde se conserva el ejemplar auténtico) y recibida directamente de las manos de Evo Morales. Idéntica al original, incluso en los defectos del papel o la tapa rota.
Las anotaciones, escritas con una letra pequeña, se interrumpen el 7 de octubre de 1967. Un día después fue capturado.
Carlos muestra la página en la que se interrumpe el diario. (foto: F. Capelli)
A casi 60 años de distancia, la figura del Che sigue –a pesar de las críticas, incluso aquellas feroces– fascinando a jóvenes y adultos. Porque, como se sabe, “los héroes son siempre jóvenes y bellos”. Sobre todo si mueren jóvenes.
“No hay manifestación en la que se reclame justicia social –dice Carlos Ferrer– sin al menos una bandera con la foto de Guevara”. El Che, el revolucionario. Ernesto, el amigo.