BUENOS AIRES – Hay historias que se cuentan en las familias. Historias que en las familias se callan. Y hay historias que, cuando uno crece, se da cuenta de que eran diferentes a lo que le habían hecho creer.
A todas ellas está dedicada la obra El equilibrista de y con Mauricio Dayub (escrita con Patricio Abadi y Mariano Saba, y dirigida por César Brie, uno de los fundadores de Comuna Baires).
Todo comienza con un acordeón que llegó a Argentina en un barco, dentro de una caja de madera con la inscripción “frágil”. La referencia remite a la rama materna de la familia de Dayub, originaria de Manfredonia (Foggia), en Puglia.
A partir de allí, cobran vida en el escenario los diferentes miembros de la familia, desde el padre subastador y opositor al arte conceptual, hasta los tíos, uno árbitro de fútbol y el otro guardavida en la costa atlántica.
Un recorrido que realiza un viaje hacia atrás, hasta Manfredonia, en busca de los parientes italianos. Y allí, durante un almuerzo ruidoso y animado por brindis, peleas y repentinas reconciliaciones, saldrá a la luz un secreto familiar enterrado por décadas.
“Estuve en Manfredonia hace treinta años –cuenta Dayub– y nunca habría imaginado que compartiría con tantos espectadores la historia vivida en ese momento”.
Setenta minutos en los que Mauricio hace de maestro de ceremonias, con cambios de vestuario rapidísimos y un uso hábil y original del espacio y los objetos de escenografía, acompañados por los efectos sonoros y, sobre todo, los juegos de luces, que permiten la multiplicación de planos y volúmenes.
“Quería demostrarle al público que un one man show no era solo venir a escuchar a alguien que habla en un escenario, que se podía construir la esencia del teatro también con un solo actor”, explica Mauricio Dayub.
La obra está basada en un narrador, que va guiando la historia y se transforma, en cada momento, en un nuevo personaje.
“Los roles tenían que estar bien construidos e inmediatamente reconocibles –continúa–. “Era necesario establecer una distancia entre la historia real de mi vida y la de mis familiares y cómo yo los veía, muy marcados y caracterizados”.
La sensación, en efecto, es la de un hábil y sutil juego con el estereotipo, en el que el actor se sumerge por completo, sin quedar atrapado en él, sin que se convierta en un terreno pantanoso. Y por eso cada rol se vuelve totalmente creíble.
“El secreto está en que el personaje se construya de manera inmediata y rápida, de forma que el espectador no pueda ni quiera desvincularse de él –continúa el actor y autor–. Para lograr esto, cada personaje está relacionado con un paisaje definido, con una ubicación geográfica precisa, tanto en el mundo como en el espacio escénico, lo que arrastra al público consigo”.
El equilibrista es un texto poético y profundo. “Habla de la necesidad de crearnos una familia como columna que nos sostiene --dice Dayub--, para luego darnos cuenta de que esos equilibrios eran diferentes a como pensábamos, que hay que aceptar que las relaciones cambian”. Y saber perdonar a esos adultos que no son como los veíamos cuando éramos niños.
Aunque habla de la inmigración italiana, El equilibrista es una historia universal. “Lo entiendo por las palabras de los espectadores –revela Dayub–. Personas de origen español, polaco o ucraniano que me dicen haber vivido las mismas historias en sus familias. Y sienten, en la ficción, la vida real de cada uno de nosotros”.
No es casualidad que el 22 de enero se haya inaugurado en Buenos Aires la séptima temporada de repeticiones, 800 en total, en veinte grandes ciudades argentinas y muchas más pequeñas, cinco países y un total de 350.000 espectadores. La obra ganó los premios teatrales más importantes de Argentina (Konex, Ace de Oro, Estrella de Mar).
Las funciones de enero y febrero son los miércoles en la Ciudad de Buenos Aires, en el teatro El Nacional (Corrientes 960), y los domingos en Mar del Plata (Teatro Neptuno).