BUENOS AIRES – “Dicen que tenemos la sede más linda de toda la Ciudad de Buenos Aires”. Orgulloso, Sandro Granzotto, presidente de la Sociedad Trevisana, habla con cariño de “su” asociación. Fundada el 18 de abril de 1943 por un grupo de familias vénetas inmigrantes, casi todas de la provincia de Treviso, en sus comienzos era un club donde reunirse y disfrutar de hablar en su dialecto.
A la sede actual, en el barrio de Floresta, se mudaron en 1978. “La casita es de 1880 –explica Sandro–, pero la parte de atrás, con los salones, la construyeron los socios con su propio dinero y su trabajo. El techo, por ejemplo, se hizo con el aporte de Zanon, una fábrica de cerámica. Y el portón de madera lo hizo mi padre. Ahora nos toca a nosotros mantenerla lo mejor posible”.
El estatuto sigue siendo el original de la fundación, actualizado solo para eliminar cosas anacrónicas, como la prohibición de que las mujeres voten. En la comisión directiva solo hay un integrante nacido en Italia, de 93 años. Los demás son todos descendientes de inmigrantes.
Hoy la sociedad cuenta con unos noventa socios.
“No son muchos, es verdad –admite Granzotto–. En los tiempos de oro eran cuatro veces más. Pero elegimos mantenernos ‘fieles a la línea’ y aceptar solo a vénetos y sus descendientes. Igualmente, la asociación no se financia con las cuotas sociales, sino con el alquiler de los salones y las actividades, que están abiertas a todos, socios o no”. Entre esas actividades hay cursos de italiano (con dos docentes de la Dante Alighieri) de lunes a sábado, clases de gimnasia, taekwondo y otros deportes, y también talleres de costura. Por la tarde funciona una biblioteca. Y cada dos meses se organiza un almuerzo dominical con platos típicos vénetos, como lasaña trevisana, crostoli (un dulce) y el famoso tiramisú.
Hace pocas semanas, la Trevisana fue sede de una de las etapas del proyecto Armonia della Laguna, con un concierto de un conjunto de música barroca veneciana.

Un momento del concierto de “Armonia della Laguna”. (foto: F. Capelli)
Sandro empezó a frecuentar la asociación de chico, gracias a su padre, “que una vez me dijo que fuera a darle una mano”, recuerda. Desde entonces, nunca dejó de participar. “Papá llegó a la Argentina en 1947, así que no figura entre los socios fundadores, pero fue presidente”, explica.
“La Trevisana” forma parte de la historia de su familia. “Mi suegro conoció acá a sus tres esposas –cuenta Sandro–. La primera, que murió muy joven, era la madre de mi mujer. La segunda también falleció. Y la actual. Y mi esposa y yo también nos conocimos acá por primera vez”.
Para las “segundas generaciones”, la asociación representaba el grupo con el cual identificarse. “Para los chicos de hoy ya no es así –reconoce con algo de tristeza–. Temo que dentro de 20 años la sede esté cerrada con un candado y nadie venga más, como ya pasó con otras instituciones. Intentamos involucrar a los jóvenes organizando una ‘pizzata’, sin adultos. La pasaron bien, pero la noche no se repitió”.
Por eso, siendo pragmático, Granzotto pensó en un proyecto capaz de motivar a los jóvenes: trabajar “con las raíces”. Como explica el presidente, “el Véneto necesita mano de obra, así que formamos chicos que luego serán contratados por empresas de la región. Un grupo ya viajó”. Y a fines de octubre llegará a la Argentina una delegación con representantes de la Cámara de Comercio de Vicenza, Veneto Lavoro (la agencia pública regional de empleo), CAVA (la confederación de asociaciones vénetas en Argentina), la Academia Olímpica de Vicenza (institución cultural que data del siglo XVI) y varios intendentes locales.
“Vamos a firmar un convenio y un protocolo de colaboración –dice con satisfacción–. El único punto crítico es que la región busca ciudadanos italianos, y muchos de nuestros jóvenes, aunque tengan sangre véneta, no tienen la ciudadanía”.